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Actualizado: 08 abr 2018 / 20:43 h.
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No es algo nuevo. La historia del Sevilla ha estado marcada por sus continuos altibajos dentro de la eterna lucha por estar entre los mejores del panorama nacional y, de un tiempo a esta parte, por figurar entre los mejores del continente. Afortunadamente para el sevillismo, el buen trabajo comenzó a dar frutos de verdad allá por 2006 con el título conquistado a base de sangre, sudor y lágrimas en Eindhoven, punto y seguido de un largo camino que marcó un antes y un después en la historia de la entidad. Aquella eclosión dio paso a una época dorada que ha permitido a la afición disfrutar de hasta dieciséis finales, saldadas con cinco títulos de la Copa de la UEFA/Europa League, dos de la Copa del Rey, una Supercopa de Europa y una Supercopa de España. La final del día 21 será la número 17 en 12 años. Casi nada.

Allí, en el Metropolitano, miles de sevillistas volverán a arropar a su equipo, en lo que será otra batalla perdida por el sevillismo. Porque el sevillismo sólo pierde este tipo de batallas, esas en las que, tras ilusionarse al inicio de la temporada, ver luego que las cosas no funcionan y llevarse sofocones porque lo que hay sobre el césped no es lo que debería haber, tienen como contrapeso un golpe de corazón y orgullo tal que le lleva a tirar de ahorros, coger algo de ropa y echarse miles de kilómetros a la espalda para animar a su equipo.

Sucedió en Anfield, donde se dieron cita más de mil seguidores para ver el duelo con el Liverpool; ocurrió en el no menos emblemático Old Trafford, donde, tras perder con el Valencia y decir adiós a las opciones de disputar la próxima edición de la Champions, el sevillismo incluso pulverizó su propio récord de asistencia a un partido de la máxima competición lejos de casa, con 2.200 almas siendo testigos de un triunfo sobre el Manchester United que ha pasado ya a los anales de la entidad.

Las batallas perdidas del sevillismo, en cualquier caso, son cosa de todos. Por citar un ejemplo reciente, tras caer en Leganés dando una pésima imagen, la afición animó a su equipo en el siguiente partido (Barcelona) como si no hubiese mañana. Sólo la magia de Messi logró restar decibelios a las incansables gargantas del Sánchez-Pizjuán. Luego llegaría el duelo contra el Bayern, en el que el equipo de Montella, roto por el cansancio y por un rival de potencial superior, quedó contra las cuerdas.

Pese a ello, e incluso pese a la derrota del pasado sábado frente al Celta de un equipo cuyas carencias salieron a relucir una vez más, el sevillismo vuelve a perder otra batalla. Los sinsabores en la Liga, donde hasta la clasificación para la Europa League se complica; esa cabeza fría que dice: «Esta vez no viajo, seguro»; los importantes desembolsos de la primavera sevillana... Nada ni nadie detiene al sevillismo, hasta el punto de que el miércoles estará representado por más de dos mil almas en el Allianz Arena; con todo en contra, pero, al mismo tiempo, con la ilusión de volver a llevar en volandas a sus jugadores y vivir otra noche histórica. Y si se cae en estos cuartos de final, pues que le quiten lo bailao al sevillismo, que seguirá y seguirá perdiendo, y a mucha honra, su particular batalla por encima de unos dirigentes que deben estar siempre a la altura de quien de verdad hace brillar al escudo del club.

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