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Actualizado: 28 sep 2015 / 23:29 h.
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El bramido del ciervo ante las hembras declarando su celo, comienza poco antes del otoño. Así presagia el venao el fin del estío. La berrea, prende en el sur, extendiéndose hacia el norte de España según transcurren, perezosas, las jornadas. Durante la amanecida, empieza el estruendo; luego, un seco crujir de cuernas aquieta, por un instante, la vida en el monte. Dos rivales lidian por las mejores y ellas, de reojo, se fijan en el más fuerte. El paso de los siglos, del milenio, nada ha cambiado. El año que viene será idéntico, y el siguiente... Los protagonistas, quién sabe.

Más allá, en otros campos, la ronca. La ronca es el grito de amor con la que los gamos principian la otoñada. Sus chasquidos machos de rivalidad ancestral, detienen también, el vuelo de las aves, el trote del cochino, incluso, el viento que sacude al madrugador rocío de las hojas.

Con los nacionalistas catalanes nada parecido sucede. Desaparece la lírica, la poesía. Ni berrea, ni ronca. Una cansina chilla que nada tiene de atávica, expresión absoluta de odio, rencor sobrevenido y recurrentes mentiras, mueve las obtusas mentes de miles de ciudadanos de buena fe, en una suerte de manipulación continua. Si el manejo, además, se convierte en la excusa para robar dinero público desde el poder autonómico, nos encontramos ante una actitud repugnante, por execrable.

Los nacionalistas llevan años mugiendo falsedades sobre el resto de España. Han lloriqueado bajo las dadivosas manos de los sucesivos gobiernos centrales. Desde los colegios, las televisiones y otros foros cuidadosamente controlados, envilecían, corrompían e infectaban, para alcanzar umbrosos provechos. La diada, ese magnífico homenaje a héroes españoles, todo un alarde hacia los Hasburgo, sin representación, por cierto, de ninguno, es un ejemplo cristalino sobre la perversión de las voluntades o la contaminación de los sentimientos.

La rumia nacionalista es cargante. Hoy se celebran unas enojosas elecciones destinadas a convertir los pequeños regatos que antaño distanciaban a los catalanes, y que los nacionalistas se han encargado de anegar a través del tiempo, en impracticables ríos. Las fronteras ya se han creado, ya dividen, pero no de Cataluña hacia fuera, sino hacia dentro.

En una semana, dos como máximo, los bosques, las siembras, los collados, volverán a los silencios de la lluvia, de la tormenta, de los ponientes. El alba sorda, el sigiloso ocaso. El jaral, la loma y los lentiscos, recibirán las calladas pisadas de los galanes vencedores y vencidos. Entre tanto, continuará la chilla, la rumia, el vocerío sin descanso entre estaciones.

¿Y el becerro?, ¿persistirá mudo, rumiante...?.