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Actualizado: 06 mar 2017 / 22:10 h.
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Cada vez que veo la cifra de 166 me acuerdo del euro, de lo que costaba un euro en pesetas cuando todavía pagábamos el café en cristiano, mucho antes de que Zapatero metiera aquella gamba de los 80 céntimos, porque el café costaba menos aún, 60 céntimos, o sea, 20 duros. Dónde queda todo aquello, aunque ya fuera siglo XXI... Pues me ha vuelto a impactar la cifra del 166 porque es el número de chiquillos que se han quedado sin mamá porque se las han matado –muchas veces papá-, desde que la Fundación Mujeres se puso a contarlos en 2013. Los papeles oficiales, con ese algodón aséptico con que empapa las heridas el lenguaje institucional, habla de «166 menores que han perdido a su madre por violencia de género en España». Dicho así, la cifra no parece escandalosa, sino monetaria. Desde que se aprobó la Ley Integral de Violencia de Género, en 2005, son ya 500 los niños huérfanos de madre por lo mismo, y medio millar es ya una cifra más redonda e inquietante, hablemos de víctimas o de billetes siempre a punto de desaparecer pero que siguen... como sigue este escándalo de nunca acabar.

En plena Semana de la Mujer, el Gobierno no termina de ajustar las cuentas de lo que debería emplear para estos niños, que en la mayoría de los casos salen adelante con las pensiones hechas recortables de sus abuelos. Pero esas cifras de 166 o de 500, que no son euros, sino menores, dan para unas cuentas mucho más escalofriantes, porque si por cada mujer asesinada por el machismo suele quedar un niño como víctima viva, pensemos en el número de hermanos o de padres o de amigos o de compañeros que también acusan en un grado inversamente proporcional el mazazo de la cuchillada, del porrazo decisivo. Habría que añadirle varios ceros dolorosos al 166 o al 500. Para que luego digan que las Matemáticas no tienen sentimientos. Y mientras, unos bárbaros se pasean en autobús con lo que tienen los niños y las niñas, como si esta espiral truculenta no fuera capaz por sí sola de devolvernos a los cavernícolas.

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