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Actualizado: 14 jun 2021 / 08:24 h.
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  • La libertad de Beltrán Pérez

La vida consiste en ir sorteando montaña tras montaña y aunque pudiera parecer un espectáculo emocionante y nada trivial, si nos referimos a la vida política entonces aprendemos a sortear senderos miserables y peligrosos. En la vida política ni siquiera puedes bailar un charlestón porque algunos se acogerán a la creencia comunista de que este baile es la reproducción de la cópula en posición vertical. Por eso, en la política, el hombre convive tan íntimamente con el hombre que no hay repliegue de su personalidad que pueda ocultarse a los ojos de los demás. Y esto, quizás, es lo que ha llevado sobre sus hombros el que dejará de ser portavoz del Partido Popular en el Ayuntamiento de Sevilla, Beltrán Pérez y, siempre, con total solemnidad y sin artificios.

La vida política de Beltrán Pérez en el ayuntamiento hispalense es ese libro de bitácora que muchos quisieran escribir pero que pocos llegan, siquiera, a olfatear las pastas. Todavía recuerdo como un joven concejal llamado Beltrán Pérez fue el único del Consistorio sevillano que se solidarizó con los vecinos en aquel trágico agosto del 2003 cuando un mal vecino hizo estallar en un bloque de las Letanías varias bombonas de gas produciendo cuatro fallecidos y numerosos heridos. Los vecinos del bloque tuvieron que ser realojados momentáneamente en el Centro Cívico Esqueleto y Beltrán Pérez vivió y pernoctó con ellos durante 48 horas seguidas sin abandonar a los vecinos ni un solo minuto ayudándoles en todo lo que fuese necesario. Por eso, estoy seguro que el único mito erótico de Beltrán Pérez durante estos años ha sido Sevilla y sus vecinos. Siempre he pensado que el hombre es mejor cuanto más denudo está y, ciertamente, para un hombre que ha sabido estar tanto en la oposición como en el gobierno de la ciudad no se le puede suponer oscurantismo en su forma de tratar al sevillano. La gallardía de algunos puede hacerles pensar que esta decisión de dejar la portavocía se presenta como un proscrito pero nada más lejos de la realidad pues Beltrán Pérez siempre ha llevado por bandera esa educación política revolucionaria en la que ha estado atento a los hechos de la ciudad sopesando y acogiendo las responsabilidades que le tocaba en cada uno de los factores en los que ha intervenido y se marcha como un caballero sin esconderse porque, y que nadie lo dude, Beltrán Pérez nunca ha jugado al azar durante estos años y sólo ha tenido como referencia construir el bien comunitario para Sevilla.

Su vida en la Plaza Nueva le ha llevado a ver, ratificar y denunciar que Sevilla es una ciudad viva pero que de seguir así con las actuales políticas municipales se convertirá en una ciudad relicario, es decir, muerta. Beltrán Pérez tiene claro que no nos bañamos dos veces en el mismo río y, por eso, siempre ha contribuido a un espíritu de ayuda continua a Sevilla de forma minuciosa y sencilla porque cada día la necesidad de la ciudad es diferente y porque la mejor forma de defender a Sevilla es no parecerse -decía- a los que llegan a la ciudad con delirios de grandeza embaucando a los vecinos y a los que siempre ha replicado con un razonamiento justo.

Pero la política tiene estas cosas y, de vez en cuando, se coloca una marmita a hervir para cuando condenan a alguien cociéndose a fuego lento, aunque lo más probable es que aquellos que han prendido el fuego ahora pueden ser los próximos en hallarse dentro de la marmita ¿o es que alguien tiene la última palabra sobre la política municipal? Por eso, la política sevillana actual nos lleva en demasiadas ocasiones a afrontar las noches como las hacía Alejandro Magno: con una daga bajo la almohada. Tal vez, Beltrán Pérez esté pagando la factura de lo que es la política en esta provincia porque aquí, en Sevilla, de vez en cuando aparece el megalómano de turno que se quiere hacer notar y para mostrar su valía pregona por la calle que cuando Cristóbal Colón descubrió América, el primero con el que se topó fue con el mismo, todo un sevillano que ya andaba por allí.

Acaso por ese espíritu de servidor público sin histrionismo, Beltrán Pérez deja la portavocía con el deseo de que su grupo político no cobre notoriedad (que bastantes notas han dado ya) en el campo del chirrido y el cotilleo. Es la población sevillana por la que hay que gastar las suelas de los zapatos y, de eso, ya tiene Beltrán Pérez bastantes visitas al zapatero para el cambio de suelas y tacón.

En un mundo donde la oralidad tiende a perderse, Beltrán Pérez aprendió hace bastante tiempo el alfabeto de la política sevillana y buscó en su trabajo diario frenar las adulaciones y las aclamaciones, no explorando los favores que podía conseguir de la turba sino llevar por bandera la sobriedad y la seguridad que lleven a Sevilla a ser historia del mundo. Y aunque le ha tocado vivir en Plaza Nueva unos años complicados, siempre se ha caracterizado por ser compañero del esfuerzo y mantener a sus amigos sin hartazgo ni atolondramiento. Pierde la política sevillana a un gran portavoz político que no ha pasado, desde luego, en silencio por Sevilla y ojalá siga dando alegrías tanto a los inmortales como a nosotros.

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