Trece artistas -entre fotógrafos y “collagistas”- se dan cita hasta el 31 de mayo en la Galería Rafael Ortiz, en una nueva convocatoria virtual de las varias que lleva ya realizando desde que empezó el confinamiento.
La exposición que puede visitarse en la web, cuenta con asesoramiento in situ de todas las personas que forman el “staff” de la prestigiosa Galería de la calle Mármoles, 12 y “a demanda” cuando lo soliciten los interesados.
La idea de organizar exposiciones virtuales por parte de los profesionales que se agrupan en torno a RAFAEL ORTIZ, se debe a varias causas. La 1ª, porque continúa montada la que quedó interrumpida de DANIEL VERBIS antes del confinamiento. La 2ª porque desde entonces, evidentemente no se han podido recepcionar ninguna obra. La 3ª porque a lo largo de más de 31 años de trabajo ininterrumpido, son muchos los artistas que con ellos se han vinculado, de manera que sus fondos deben ser parecidos si no mayores que los del “Reina”, y la 4ª porque no han querido dejar de ser fieles ni con los artistas, ni con coleccionistas, ni con todos aquellos para los que la palabra ARTE significa mucho más de lo que pueden expresar esas 4 letras.
De alguna manera por tanto, la selección que se ha hecho son de habituales de la “casa”, como: JOSÉ MANUEL BALLESTER, CARMEN CALVO, CLAUDIO DEL CAMPO, SONIA ESPIGARES, DALILA GONÇALVES, SARA HUETE, GRACIELA ITURBIDE, AITOR LARA, MARA LEÓN, GISELA LOEWE, BETSABÉ ROMERO, ANTONI SOCÍAS e IGNACIO TOVAR.
Foto y collage, son dos conceptos que para quien firma esto son las dos ramas del arte con las que más se identifica. La pintura, sí, claro, está muy bien, y por supuesto la arquitectura y la escultura, pero esas requieren de otra estructura cerebral, de una predisposición distinta. La foto, es esa magia que se produce entre el artista y la obra en un encuentro que en el 99% es buscado, y sólo los virtuosos o los genios son capaces de hacerlas en ese 1% que como mucho constituye el azar. Los collages es algo que como todo, se tiene en la cabeza (o en otros órganos) o no se tiene. Pueden ser el resultado de años de espera hasta encontrar esa forma que lo completa o tener la suerte de que en el arsenal de todas las cosas que se van almacenando, llegar a ese encuentro feliz que supone un resultado satisfactorio.
Por tanto, la que se muestra ahora –como una nueva manera de ver el arte en casa- es una exposición preciosa de la que muchos hubiéramos querido formar parte porque como digo, los collages y las fotografías me parecen tanto para verlos como para hacerlos, unos de los mejores ejemplos de la fascinación estética que existen (cada quien tendrá las suyas).
Las relaciones collages-fotos vienen de lejos y no porque los cubistas y surrealistas lo inventaran, sino porque la manera de componer una imagen fija se asemeja bastante al modo de procesarla, teniendo en cuenta los planos, las distancias, la escala visual que establecen los elementos representados. Y a la inversa, los collages le deben a la fotografía ese modo de composición en plano, donde no hay texturas físicas, ni perspectiva aérea, ni veladuras, ni matices que pueden hacerse con los trazos del lápiz o las pinceladas.
Cada foto cuenta una historia. Nos describe aspectos de una persona que acaso ni siquiera conoce de su cuerpo, ni de la expresión facial que muestra ante la cámara, los pequeños detalles de su vestimenta. Nos dice cosas del lugar en donde está, las cosas que le rodean en ese momento, y por supuesto que el lugar nos habla por sí mismo. Después vendrán los “collagistas” y harán con esa y otras historias (recortadas en papel o incorporando objetos), la metahistoria que significa crear una nueva obra partiendo de otras, en este caso de fotos u objetos ya fabricados.
Puede que con ellas cambie completamente el discurso precedente o lo refuerce dependiendo de lo que se le va añadiendo, partiendo siempre de la base de que esta técnica, o género, o arte, o como queramos llamar que es el collage, admite cualquier tipo de aditamentos en las dos o las tres dimensiones espaciales. Partiendo de su definición tradicional, se entiende por collage “cualquier reciclamiento de formas y asuntos, que interactúan de modo simbólico”, aunque dicho así no signifique nada porque en el fondo como la fotografía, cada collage es un mundo hecho de fragmentos de otros mundos, o de otros mundos con sus interpretaciones y satélites.
Así que los que nos proponen ahora RAFAEL ORTIZ, ROSALÍA BENÍTEZ y ROSALÍA ORTIZ BENÍTEZ es un acercamiento a dos mundos que tienen bastantes cosas en común, al menos mucho más que entre las otras artes, que necesitan saber de materiales y su proceso de evolución en el tiempo, sometidos a los cambios ambientales.
Hablar de fotografía es como dije, entrar en un mundo mágico, tanto si se hace en un laboratorio como si se decanta por el photoshop, programas para la edición o la impresión, aplicaciones, filtros, manipulaciones en pantalla y todo el arsenal de técnicas que los profesionales dominan. A cierto punto por tanto, la fotografía puede ser un encuentro fortuito o una labor de estudio en el doble sentido de la palabra: en el del local donde se realizan y en el de ensayar hasta lograr la definitiva. Por eso cada foto es un misterio que deviene de un depurado análisis desde que se selecciona una imagen, se capta y se revela.
En el primero de los casos, esa imagen se “imprimirá” en un carrete de acetato y en negativo para después positivarla comprobando hasta qué punto lo que se ve, se corresponde con la intención que se tenía. En el segundo y al tener la posibilidad de visualizarlas de inmediato, permitirá la repetición hasta lograr la toma que se pretende.
Hablar de collages no significa por otra parte algo muy alejado, porque es la foto dentro de la foto, una foto de fotos construida con elementos sacados de ellas y adosados a un soporte, fotos a las que se les puede adosar cualquier cosa que resista las leyes que no se ven, pero que están ocultas en el arte.