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Actualizado: 24 mar 2018 / 20:16 h.
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  • Imagen del paso de la Borriquita del pasado año. / Manuel Gómez
    Imagen del paso de la Borriquita del pasado año. / Manuel Gómez

No fue siempre así. La identificación de la Borriquita con el mundo infantil que la rodea y la caracteriza procede apenas de la década de los treinta del siglo XX, que es cuando su cortejo empieza a conformarse con el chavalerío nazareno de Sevilla que apenas participaba en la Semana Santa, al contrario que hoy en día. Algo pues de ayer por la mañana en la centenaria historia de la hermandad que este año hemos podido revivir gracias a los hitos y exposiciones celebrados por su Archicofradía del Amor. Allí en la Logia del Ayuntamiento nos pudimos casi confundir entre el vocerío de patio y de columpio y sus miradas bajadas del paso, y casi llamar por su nombre a las figuras del paso, a los niños rubios y las madres endomingadas de seda y de damasco, anacronismos belenísticos, que como digo han dulcificado y sustituido esta última centuria sobre esa canastilla al clamor adulto de los Hosannas del pasaje original. Porque desde que fundaran su corporación los famosos medidores de la Alhóndiga, misteriosos señores de cuyo gremio sabrá mucho el profesor Antonio Miguel Bernal pero para nosotros tienen sabor de programa de mano, de la guía de El Correo que editó tantos años el siempre inolvidable Filiberto Mira; digo que antes en estas andas de pasaje aparentemente gozoso saltaba más a la vista, ajena a su actual configuración de pediatría, la denuncia de la traidora condición humana, como lo contemplan los teólogos y exégetas. Era por decirlo así un misterio más de la Semana Santa con su dosis cruenta de Pasión escondida entrelíneas del festivo y popular recibimiento. Recordemos su contexto.

Elevado precio a su cabeza

La Sagrada Entrada en Jerusalén es el inicio de la Pasión. Jesús baja definitivamente al peligrosísimo escenario en que por decirlo cinematográficamente han puesto elevado precio a su cabeza. La Resurrección de Lázaro ha colmado el vaso de la paciencia de los Sacerdotes quienes temen tal arrastre de simpatías y seguidores que ya no pueden consentir y buscan de una vez por todas acabar con él. El milagro de Lázaro está efectivamente en el pensamiento de quienes baten las palmas y los olivos jubilosamente. Es de imaginar el cuerpecito con que los apóstoles entran a la boca del lobo. Saben que Jesús es una llameante y continua provocación –curaciones posteriores en el mismísimo Templo pondrán el colmo– que lo van llevar, los van a llevar a los doce, directos a prender la mecha del dramático final. Es cuestión de horas. De un abrir y cerrar de ojos en el que esta aclamación de Rey que envuelve al Señor sobre el pollino cobrará carácter de tristísima fábula pues los gritos pasarán de la alabanza al crucifícale. Un misterio adulto y estremecedor por lo tanto el de la Borriquita.

Hay que tener en cuenta otra consideración. La atención y sensibilidad hacia el mundo de los niños también es algo moderno. La constante histórica ha sido entender siempre al niño como un ser marginal casi inexistente. Era la larva imperfecta en proceso de formación personal. En la Edad Media su inmadurez los aparta de cualquier tratamiento de aprecio. Están pero no se les ve. Corretean pero no se les oye. Salvo excepciones, claro. Como precisamente la del Niño Jesús pero en su fundamento divino de perfección que aparta aún más su modelo del resto de los niños. Tendrán que venir algunos fogonazos de conciencia con el trascurso de los siglos como el del Barroco en general y Murillo en concreto, con sus retratos pueriles que se mueven entre los distantes extremos de la entrañable picaresca y la divinidad resaltada precisamente por la tierna condición de los Jesusitos, Sanjuanitos y demás nubes de querubines regordetes, pasando por supuesto por la conmovedora y desvalida denuncia de los niños pobres. Pero ahí se quedan, hasta que el siglo XX se empiecen a mover los hilos de la protección y la defensa de la infancia. Por todo ello no cabe proyectar muy hacia atrás esta algarabía de globo y caramelo que define a este paso, sino todo lo contrario. Su génesis, su presencia en la Semana Santa nada tenía que ver con esta piñata derramada de ternuras, chupes y carritos empapados de incienso, túnicas blancas con la cruz de Santiago y epitafios machadianos: «Estos días azules y este sol de la infancia...». Este paso, esta otra Borriquita a contemplar, Sagradas Escrituras en mano, debería ser un bofetón en toda regla –nada de cachete– a la conciencia.

Cabalgata en detalle

Al mediodía de hoy, esperemos, la gran fachada retablo de Salvador abrirá sus puertas a la radical explosión infantil de la Borriquita. Minúsculos canastos de mimbre atraerán menuditas manos en una suerte de cabalgata en detalle. Imperdibles y antifaces remangados. Piñas de globos. Y la cúspide dorada y rosa que avanza entre redobles proclamando un Reino de los Cielos alcanzado entre juguetes y dibujos de monigotes coloreados a lápiz. Entra Jesús sentado en la pollina junto a su cría (al revés de como dice el Evangelio, por cierto) y Zaqueo queda gibarizado en su peligrosa escalada de la palmera bamboleante. Desde hace unos años acá incluso se ha suprimido casi todo vestigio adulto en las figuras secundarias. Todo es una alegoría, un antifaz blanco que tapa la oscura trama de la debilidad humana que este misterio representará a lo largo de la Pasión. Lo que esa silueta del hijo del carpintero sobre el jumento enervó a los Sumos Sacerdotes, desafío del Maestro a lomos de las palabras proféticas Zacarías. O como mejor lo expresaba Montero Galvache: «¿Qué otra prueba más clara y exhaustiva / de la fragilidad con que alabamos / el sol de las mañanas de los Ramos / en afán más agudas que la ojiva?».

Mejor así. También llegará la Resurrección y revertirá toda esa sangre en luz. Y nos dejará estupefactos de locura ante la victoria del Amor sobre esa maquinaria todopoderosa del pecado. Un imposible en el que nos curtimos día a día y cuya simple receta no hace falta que hoy, precisamente hoy menos que nunca, os la recuerde: «Si no os hacéis como niños...».