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Actualizado: 03 oct 2021 / 10:46 h.
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  • La profesionalidad de los flamencos

Anoche se celebró por fin el XXXIV Festival Flamenco Pepe Aznalcóllar en la localidad sevillana que dio nombre a tan brillante estilista del fandango. Fue en la Caseta Municipal, una nave difícil de sonorizar, luego el sonido no fue bueno para los artistas y tampoco para el público, unas ciento cincuenta personas. A esto hay que unir el ruidoso ambigú dentro de la nave y, como era gratis, la gente que entraba y salía del recinto. Total, que solo la entrega de los artistas que componían el cartel podía salvar la noche flamenca de una localidad que parece que levantará cabeza con el regreso de la minería.

El alcalde y la delegada de Cultura, Juan José y Manoli Fernández, agradecieron la asistencia de los aficionados y abrió la noche una cantaora de la Puebla de Cazalla, La Yiya, que debería tener más festivales, porque es de las que se agarran bien a los machos. Había que tener mucha casta para cantar en esas condiciones y ella lo hizo, además, cantando por soleá y seguiriyas, con el Niño Seve a la guitarra, dejando para el final unos fandangos. Una cantaora así tiene que estar en más festivales, porque defiende la calidad.

Al rato de empezar el festival llegó la triste noticia a la caseta de un accidente en el que perdió la vida un vecino del pueblo, con varios heridos más de la localidad. Familiares del fallecido estaban entre los asistentes y tuvieron que abandonar el local, así como el propio alcalde. El festival tenía que seguir y fue el cantaor granadino Juan Pinilla el siguiente en subirse al escenario con el guitarrista José Fermín Fernández. El cantaor de Huétor-Tájar, de grandes conocimientos, se entregó de tal manera que puso al público en pie con fandangos, soleares, malagueñas y bulerías. Incluso bailó con gracia las bulerías. Fue capaz de superarse ante las circunstancias y dejar una muy buena actuación.

Esto obligó a fajarse a Andrés El Montero, el cantaor local, que salió al escenario acompañado por el maestro rinconero guitarrista Manuel Herrera. Este cantaor, de 73 años, es seguidor de otro artista local, El Cabrero, al que homenajea en cada cante. Tiene una fuerza sobrenatural y su sonido huele a la tierra, al campo, a la dehesa. Deslumbró por fandangos.

Pasada ya la medianoche, el cantaor jerezano Miguel Flores El Capullo llegó y formó la fiesta. Gustará más o menos, será más o menos correcto a veces, pero es artista y le da al público lo que quiere. Canta y baila, habla y salta, se mueve en el escenario como un conejo, pero con arte. Con Ramón Trujillo a la guitarra y un cuadro de palmeros, cerró la noche con bulerías para escuchar, tangos y bulerías festeras, con los jóvenes del pueblo marcándole el compás, móviles en mano. Los artistas se entregaron, sacaron la casta y salvaron una noche que se había complicado.

Invitamos al alcalde, un luchador nato, y a la peña flamenca local, a que cuiden un poco más el festival, aunque solo sea porque lleva el nombre de un cantaor que era pura delicadeza, Pepe Aznalcóllar. Otro cantaor local, su cuñado Luis Caballero, solía decir que el cante jondo tiene más de iglesia que de verbena. Pues eso, que se tenga en cuenta en la próxima edición.

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