Image
Actualizado: 09 mar 2023 / 04:11 h.
Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado
  • Las tres vías de la devoción

Emulando las cinco vías tomistas para demostrar racionalmente la existencia de Dios, mis palabras van dedicadas hoy a reflexionar sobre las tres vías que llevan a la devoción del cofrade, que no deja de ser una cercanía (más o menos perfecta según los casos) al Señor y su Madre Santísima. Son las vías de la familia, el barrio y la propia elección, que pueden recorrerse alternativamente o en paralelo, pero que sirven siempre a esa sustancia espiritual de nuestra Semana Santa.

Decir familia es decir tradición, lo que etimológicamente significa entrega, de traditio, del verbo latino tradere (entregar). Para muchos afortunados es la familia la que les entrega su devoción de manera inmediata, junto con las aguas del Sacramento del Bautismo. Vía privilegiada porque se recibe el testigo de manera muy temprana en la vida, que muy probablemente germinará imperceptiblemente (como las semillas) en lo más hondo del corazón del niño, y al compás de los latidos del corazón de la madre, padre, hermanos o abuelos. He empleado el término “afortunados” de manera plenamente consciente, querido hermano de nacimiento, porque ese vínculo irá unido al de los tuyos desde tu mismo origen, y luego seguirá creciendo y dando fruto. Y cuando pasen los años tendrá importantes consecuencias prácticas, fundamentalmente la antigüedad, que no es poca cosa...

Por supuesto que dentro de la familia tenemos que incluir a la que no es natural pero que, por afinidades de todo tipo, llega a ser más importante que la de sangre. Ahí estaría el padrino de bautismo que te llevó a su hermandad, el amigo del alma de tus padres que te llevó de niño hasta su devoción, en la que has permanecido...

La segunda vía es la del “barrio”, y aporta un vínculo de “territorialidad” que se suma al religioso, porque en Andalucía las imágenes sagradas identifican fuertemente las comunidades. Cualquier antropólogo señalará que son fundamento de la identidad colectiva y de los usos sociales. Y sin negarlo, el vínculo principalmente religioso no puede soslayarse. No hay hombre ni mujer que pueda prescindir de su vínculo con una comunidad local, llámese tierra, región, pueblo, ciudad o territorio; hoy se habla de Barrio-Hermandad, binomio que identifica como ningún otro vínculo en nuestra ciudad. Se es de unas Imágenes concretas y al mismo tiempo se “es de” Triana, de San Julián, de la Macarena, la calle Feria, la Puerta Osario, la Puerta Carmona, la Calzada, Nervión, el Tiro de Línea, el Arenal, Santa Cruz, o la Magdalena...

Pero queda aún la tercera vía: la que significa una elección directa, o mejor dicho, una llamada atendida, porque el Señor o la Virgen se han valido de cualquiera de sus Imágenes para hacerte una llamada. Y esta puede llegar en cualquier momento de la vida.

Siendo hermosos los tres caminos, este tercero tiene de especial ser el más libre, el del amor incondicional, el de la respuesta personal a esa “llamada” que, sin saber cómo, te hace una determinada Imagen cuando la ves en su Iglesia o por las calles. Es la vía propia de aquellos que no tuvieron padres especialmente cofrades, de los que llegaron de lugares distintos, o simplemente carecían de hermandades en sus barrios.

Pero hay algo precioso, y es que esas tres vías confluyen siempre en la DEVOCIÓN, para traducirse en el amor a unos titulares de una hermandad. Como en Sevilla es una riqueza poder pertenecer a varias hermandades (algo poco usual en otros lares), será bastante habitual ir sumando devociones, y por caminos diversos. Luego, tu vida cofrade discurrirá como la Divina Providencia disponga. Y vivirás más una de tus hermandades en determinados períodos de tu vida, sin que eso merme tu cariño por las otras. Bendito sea el Señor y la Santísima Virgen que nos llaman en tantos modos...

Yo soy hermano de seis hermandades de penitencia de Sevilla, de dos de gloria y de una Sacramental, la de mi querida (y única desde que nací) Parroquia de Santa María Magdalena.

Sentí la llamada de la devoción cofrade muy niño. Decían mis padres que con tan sólo un año, viendo pasos en la calle, me quedé totalmente absorto... Pero siendo como eran padres maravillosos no tenían tradición en ninguna cofradía. Para suplirlo, y viendo mi pasión me la incentivaran como pudieron. Con apenas 5 años iba ya todos los días a los Palcos (hasta en la dura “Madrugá”) y mi padre me sacaba a ver cofradías en Cuaresma. En un golpe de memoria, recuerdo ahora visitas muy seguidas a los Venerables cuando Juan Delgado Alba, gran amigo de casa, creó aquel pequeño Museo de las Cofradías. No había semana en que no volviera con unas cuantas postales del escudo de oro, con las que “empapelaba” mi cuarto...

Pero ya con 9 años llegó el momento de reclamar salir de nazareno en alguna cofradía. Mis amiguitos del Claret presumían de sus hermandades y a mi sinceramente me hervía la sangre por salir. Decidieron mis padres que tenían que darme aquella satisfacción. Y ya que desde muy jovencillo me trataron como un adulto con voluntad propia, lo dejaron a mi elección... Mi respuesta fue: “quiero salir en la Macarena”. Mi madre, que era ya, desde su juventud ,devota de la Virgen de la Esperanza (y que por entonces había votado como Capitular del Ayuntamiento la concesión de la medalla de oro) se debió horrorizar de que su único hijo (que le había costado mucho trabajo traer al mundo) pudiera afrontar la salida sin apoyo familiar alguno en las filas nazarenas. La respuesta fue que sería hermano, pero que no me regalaría la túnica hasta la mayoría de edad... Y por eso me estrené de nazareno en la que estaba más cerca de casa: como hermano de Montserrat, en el año 1972, en que se prestaron los costaleros a la Soledad de San Buenaventura. En definitiva, que la vía “del barrio” fue para salir, y la “vía de la elección” para ser, de momento, hermano.

Por eso sé bien de lo que hablo en esta reflexión. Doy gracias a Nuestro Señor y a la Santísima Virgen por haber conocido ese cauce de fe y amor a través de sus Imágenes Sagradas. Doy gracias por haber querido con el alma a Montserrat, a la que llegué por vecindad y cercanía. Doy gracias por haberme empeñado en salir en la Macarena y haber sabido esperar. Pero claro, ni soy “de sangre verde” ni creo que llegue con fuerzas suficientes al tramo de cirios verdes de la Virgen de la Esperanza. Pero todo eso es secundario. Mi pobre madre, ya enferma (pero aún muy consciente) me hizo llorar una tarde cuando me pidió perdón por no haberme hecho hermano antes. Recuerdo mi respuesta: “¿Perdón mamá? Por favor no vuelvas a decirme eso. A la Virgen no le importa lo cerca que vaya del palio, sino cómo la llevo en el corazón”. En Montserrat -donde ya rozo la cercanía de su palio-, el cariño caló como si fuese la de nacimiento, y a ella he entregado mis desvelos en las juntas de gobierno.

Las restantes hermandades vinieron también por esa vía de la elección; los Estudiantes cuando entré en la Universidad, como tributo de amor a aquellos Titulares a los que rezaba cada mañana al terminar las clases en Derecho; el Gran Poder después de muchos años de visitas, con la devoción ya madura y de la mano de un amigo; la Cena tras haber tenido el honor de pregonar la Realeza de María ante la Virgen del Subterráneo, con ocasión del 50 aniversario; y por último, apenas hace un año, llegó San Benito, por una deuda de amor hacia la Virgen de la Encarnación que tenía desde antaño, y aprovechando el regalo que fue poder exaltarla públicamente.

Demos gracias porque las devociones están ahí todo el año, como retratos maravillosos del Señor y su Bendita Madre, que verdaderamente están arriba, en el Cielo. Porque es siempre magnífico contar con esas “fotografías” en madera que nos facilitan su visión, y a las que acompañamos en Semana Santa. Mas no olvidemos nunca que el Señor verdaderamente sólo está en la Eucaristía, realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar, y ese sí que es el Tesoro con mayúsculas que tenemos en la tierra los cristianos.

ETIQUETAS ►