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Actualizado: 26 mar 2018 / 21:47 h.
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  • El misterio de San Benito durante su estación de penitencia. / Manuel Gómez
    El misterio de San Benito durante su estación de penitencia. / Manuel Gómez

Amo el Martes Santo, vaya por delante y así de claro. Esto no tiene nada que ver con la significación y el contenido litúrgico, doctrinal, devocional, artístico, histórico de esta jornada. Bueno, histórico un poco. Pero quiero decir que he tenido el privilegio de cantarlo repetidamente por encargo y por confianza de sus integrantes y lo he hecho con verdadero gozo, conservando como un tesoro el afecto de sus cofrades. De hecho podría considerarme uno de ellos como hermano de una de sus hermandades. Soy testigo cercano de la afortunada labor social del Cerro. Rezo al Cristo de las Almas desde que salía de los Jesuítas y mi padre me fotografiaba tan párvulo de la mano de mi madre con sus filas de fondo. San Esteban me convenció hace mucho de que el verdadero tono celeste del cielo está copiado de sus capas. El eccehomo de San Benito es de los misterios que más apela a mi responsabilidad en la sangre y el dolor de Dios. Candelaria es sinónimo de inmenso corazón ardiente de su gente. Santa Cruz entre naranjos bajo el balcón de mis abuelos, para morir. Y el Cristo de la Buena Muerte... No, esto va exclusivamente del acuerdo tomado este año para su desarrollo.

También espero que sus hermanos mayores permitan –educada y democráticamente– la disidencia sobre ese acuerdo, al que no le niego la mejor de las intenciones y voluntades dirigidas al beneficio tanto común como particular de sus miembros y de los sevillanos en general. En reciprocidad lo que digo aquí lo hago desde el mayor de los respetos.

Pero no. No. No estoy nada de acuerdo con este arreglo que se ha adoptado para paliar sus profundos problemas de organización. Y que dicen vale por este año y queda en el aire la incógnita de hasta cuándo. La pretendida reforma de la Carrera Oficial de la que queda pendiente su suerte podrá o no confirmarlo. Los argumentos a favor y en contra están sobradamente expuestos –aunque conveniente sería rescatarlos hoy para quienes consulten la novedad el día de mañana en las hemerotecas remitiéndose a esta fecha– pero me parece del todo injusto el despropósito despectivo y hasta ridiculizante esgrimido en algunas tribunas de tachar de retrógrados o estériles y dañinos inmovilistas a quienes creemos que se han saltado indebidamente determinadas fronteras. Aquellos que defienden como su virtud porque sí el cambio que supone y que me retrotraen a las sucesivas elecciones políticas celebradas en este país desde el advenimiento de la democracia, donde en todas y sin pudor por el plagio o por el cansancio, distintos, muy distintos partidos la han enarbolado sucesivamente como eslogan fetiche. Por su etiqueta activista, comprometida, golosa, romántica y fértil. Pero no olvidemos que cambiar las cosas es también la careta del gobernante incapaz para justificarse, cambiar en lugar de mejorar o solucionar. Sin ir más lejos, gran parte de la Sevilla monumental se fue al traste en épocas muy conservadoras mientras que a la izquierda se le debe mucho de la ciudad salvada de la piqueta, porque el cambio de las cosas puede llegar a ser sinónimo de destrucción.

No es el caso porque la decisión de confluir las cofradías de hoy en la plaza de la Virgen de los Reyes en lugar de la Campana tiene acreditado teóricamente su éxito. Y yo que lo celebraré si en la práctica sucede igual. La cuestión es si rotundamente eran imposibles de aplicar otras medidas que, digo yo, existirían. Y ahí voy al eje de la cuestión. A la aberrante exigencia de que los problemas ordinarios se solucionen en la calle San Gregorio necesariamente por unanimidad. Como deseo es idílico pero en el mundo de la realidad son escasísimos por cuestiones de eficiencia los acuerdos de cualquier tipo a los que se les exige la unanimidad. Y ésta es otra demostración de ello. Para conseguir la unanimidad se ha tenido que tocar algo que unas hermandades de un día no deberían estar legimitadas.

Como muchos sabrán, he dormido en similares garitas a éstas. No sé ahora pero entonces la respuesta de invertir el tránsito por la Carrera Oficial, estudiada técnicamente, no pasó a mayores. No aportaba vía de escape a los problemas pues creaba otros más graves. Pero siempre flotó además un pudor a pisar terrenos que no nos correspondían. El ejemplo del Sábado Santo de los años sesenta no sirve de base, fue una imposición de la mitra contra la que siempre estuvieron en contra los cofrades que no cejaron hasta suprimirlo. Se tenía muy claro (ahora no... luego decimos ¿qvo vadis, Semana Santa?) el sentido de peregrinación hacia, no desde, la Catedral, pero aun por encima de eso, abundó el sinsentido aleatorio de un criterio sometido a una veleta cambiante, unos días hacia un lado y otros hacia otro llegado el caso. Creo yo que esto pertenece al planteamiento estructural de la Semana Santa y no puede estar en manos de responsables parciales de ella. ¿Que tiene el visto bueno del Consejo o de Palacio que sí son competentes? De acuerdo, diríjase pues mi desacuerdo hacia ellos o hacia unos Estatutos que entiendo aquí han fracasado. ¿Que no estoy en lo cierto? Puede ser. Solo cuento mi verdad a quien conmigo va. Cada uno que escriba mentalmente este artículo a su manera. Yo tenía que hacer lo propio y aquí queda.

El Martes Santo que hoy viviremos a mí me recuerda la escritura especular –de derecha a izquierda– que practicaba el gran Leonardo da Vinci. Una lectura zurda que no sabré explicarle muy bien a mi hija de ocho años mientras se coloca al revés en su silla apuntando con su bola de cera a los nazarenos que vienen del otro lado, cumplida su estación de penitencia a la que se añade un paseíto de justificación recaudatoria terminado en un palquillo donde el protocolo de la venia será sustituido por la escena de pañuelos despidiendo desde el muelle un barco que zarpa (y en Palos, mientras, una venia prestada que haría removerse en sus tumbas a aquellos que decimos eran verdaderos cofrades de los que ya no quedan). Le guardaré a mi hija este recorte para cuando tenga edad de entenderlo mejor que yo. Igual se está dando en la diana y la miopía de mi vista me lo impide apreciar. Desde luego, Leonardo no es mal paradigma de imitación. Con dos salvedades: que él era un genio... y que escribía así (no creo que sea la intención de este Santo Martes, Burgos dixit) expresamente para que nadie le entendiese.