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Actualizado: 30 mar 2020 / 12:14 h.
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  • Libertad como principio básico

Hay algo en todo lo que nos sucede en este momento que no encaja. Faltan datos, se pierden respuestas y existen muchos interrogantes. Para el siguiente texto prometo un relato de indagación sobre beneficiarios y pautas de conducta social que se están implantando. Para el presente, adelanto y planteo algunas cuestiones referentes a formas de vida, diversidad de culturas y principios éticos que no deberíamos perder. Como aviso previo a cierta mojigatería sensible, cualquier lectura que quiera ver un sesgo xenófobo se equivocaría en un sentido estricto del término, lo que no quita para que las generalizaciones se entiendan como tales, en la medida que coinciden con visiones sociológicas o étnicas.

Sin complejos, la baqueteada Europa ha sido origen tanto de guerras y totalitarismos políticos o religiosos como de la germinación y estructuración de los derechos humanos para toda la humanidad. Hemos sido colonizadores y colonizados, hemos generado destrucción pero también contribuciones ideológicas y materiales para un mundo más justo y solidario. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial vivimos una ensoñación de equilibrio frágil entre bienestar social y magma neoliberal, que finalmente parece haber desembocado en un desmantelamiento de nuestra razón de ser. Durante décadas adoptamos un capitalismo teóricamente contenido sin pensar que socavábamos nuestras raíces fundacionales. Desorientados, abandonamos la solidaridad buscando la solución propia y el modelo autoritario como medida necesaria.

Mar del Sur de China, el flamante portaviones Liaoning lanza y recupera cazas J-15 mientras sus pilotos son entrevistados al estilo Top Gun. El ejercicio no es baladí, se trata de demostrar la capacidad de combate de una maquinaria de guerra compleja, pero sobre todo en condiciones operativas de una pandemia que dicen poder controlar. Metafóricamente el USS Theodore Roosevelt ha tenido que parar en Guam por contagios en la tripulación, y España por un caso positivo, ha repatriado en Yibuti más de una veintena de efectivos del Estado Mayor Embarcado que iban a relevar personal en la fragata Numancia, en el marco de la operación Atalanta. La democracia aunque sea imperfecta, debe reconocer y difundir la información a sus ciudadanos, la dictadura no.

No son pocas las voces ni los países que apuestan por el ahora ejemplarizante modelo asiático que muestra alegres ciudadanos embozados con mascarillas tras su recuperación, y que con cuentagotas acuden a museos y restaurantes, o trotan libres en maratón mediatizado. Resulta que admiramos el talante de un gobierno cuyo modelo es el control tecnológico de la población y la imposibilidad de disidencia. Parece que el temperamento colectivizador viene bien para someter, aunque antes no sirviera para la justicia social. Sí me parece acertado la prevención y la política de test masivo, pero si la consecuencia más directa para la seguridad colectiva es que mi estado sepa dónde estamos o qué hacemos en cada momento, no comulgo. Nos escandalizábamos con la subyugación de Corea del Norte, pero hay curiosas similitudes en la restricción de libertades en Corea del Sur, Singapur, Taiwán, Japón y desde luego China.

Si el mundo sale adelante, la mayoría de los mortales parece que vamos a cambiar de dueño. Mientras Rusia parece agazapada en sus muros, Estados Unidos hace cola en las armerías y afronta el virus con un sistema sanitario no universal al que mandaría a los que en mi país apostaban por privatizaciones. El sur y centro de América, África, Próximo Oriente o el Indostán serán los campos potenciales para mayores tragedias, pero no parece prioridad en los noticiarios. En nuestro continente, la franja sur pide solidaridad, mientras que Alemania y Holanda se piensan qué era esto de la Unión Europea. Polonia ejerce medidas de aplicaciones móviles de autocontrol que envidiaría la KGB, y el mundo escandinavo no tiene claro si el estoicismo funciona. A la flema británica aislacionista se le empieza a enfriar su té. En alguna parte de los mares del sur todavía parece haber paraísos pintados por Gaugin.

Los españolitos seguimos demostrando vertientes antagónicas. Los tuits o comentarios del independentismo catalán y vasco han estado a la par en repugnancia que los de la ultraderecha nacional, lo que debería hacer pensar a sus votantes directos y hemisferios simpatizantes de otros partidos. Que una madre tenga que llevar un brazalete azul para que no griten a su hijo autista, parece peligroso y reminiscente de oscuridades pasadas: cuidado con los delatores puristas de nuevo cuño, algo muy distinto a la corresponsabilidad argumentada.

Desde un civismo generalizado, admiro y apreciamos nuestros sanitarios públicos (que no se olvide el matiz), nuestras fuerzas armadas y fuerzas de seguridad (que se lo revise el progresismo confuso), nuestros agricultores, ganaderos, transportistas y personal que repone estantes para que mantengamos la alacena llena. Nos acordamos de los empleados postales y repartidores, de los conductores de medios colectivos, de kiosqueros y gasolineras, de periodistas y de cualquier otra profesión que siga siendo esencial para mantener la estabilidad mínima. Es hora también de enfatizar que la educación es un derecho para todos, y que la universidad no es un negocio para una transferencia de conocimiento lucrativa. Es tiempo de ajustar las cuentas a las entidades financieras y bursátiles que siempre sacaron tajada en tiempos de crisis, cuando no la provocaron. Quizás ahora valoremos el agua, la energía o las comunicaciones como sectores que no deberían venderse a una oligarquía. Tal vez entendamos lo que son reservas de material y personal estratégico cuando ahora hay que importarlo o se sustituye a duras penas.

Estemos vigilantes para que de esta situación no salga una mayor precariedad laboral, ni sea la excusa para que una solución interina y auxiliar como la teleformación o el teletrabajo se extienda en una deshumanización revestida de falsa generosidad y benevolencia digital. Al hilo, más de un político ejerce la machacona reiteración: “el mundo cambiará tal como los conocemos”. Este funesto presagio presenta semejanzas en los mensajes que estos días les estará mandando su banco, su aseguradora o su empresa...dos y dos...

Debemos rebelarnos contra el oculto empuje vírico de nuestro sistema en la defensa extrema del bienestar común. Acudo esperanzado a la ciencia para que encuentre las soluciones médicas, e insisto en no querer vivir sin decidir ni opinar. El miedo es un arma muy poderosa, y la incapacitación moral e ideológica una combinación perfecta para un futuro distópico -que diría un snob- en plata...un no futuro, un sinsentido a nuestras vidas. Estas mismas palabras no podrían ser escritas en Beijin. Mi carnet de puntos patriótico estaría en números rojos y en breve recibiría una visita gubernamental.

Somos eje de una civilización que cree en los lazos del tacto y la caricia, que disfruta la contemplación de la luz del astro rey en el inmenso azul celeste o del vino en la palabra amena. Paseamos por nuestro presente y memoria por puro deleite. Necesitamos la esencia del principal valor que nos distingue como seres humanos: la hermosa e insustituible libertad.