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Actualizado: 18 oct 2018 / 08:26 h.
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Cuando nos mudamos de casa, y lo he hecho unas cuantas de veces a lo largo de mi vida, siempre dejamos muchas cosas en esa vivienda que ha sido tan importante para nosotros por diversas razones. El día que dejamos la casita de Cuatro Vientos, en Palomares del Río, para afincarnos en Sevilla, sentí que dejaba allí lo más preciado que tenía: las vivencias debajo de aquel techo de canales, el recuerdo de las frías noches de invierno sentados en la mesa camilla, el colchón de borra o de foñico, el ruido de la carrucha cuando sacaba agua de nuestro pozo o la entrañable imagen de mi abuelo Manuel leyendo novelas del oeste sentado al sol en una silla de aneas.

Regresé a los cuarenta años a esa casita, que aún está en pie, y cuando entré en ella vi que todo permanecía allí, entre cuatro paredes, como seguían la humedad de los techos, la luz que atravesaba los cristales de las ventanas y las señales que las patas de los escasos muebles habían eternizado en los bastos ladrillos de taco. Vi perfectamente a mi abuelo sentado en el corral, a mi madre desgranando mazorcas de maíz del rebusco, a mi hermano Antonio viendo un partido de fútbol en nuestro Inter de doble pantalla y a mi hermana Loli cepillándose el pelo frente al espejo. No habían envejecido, seguían igual que cuando nos fuimos, y aún andarán por allí.

Preparo una nueva mudanza y esta puede ser tan dura o más que aquella de Cuatro Vientos, porque me coge ya algo mayor y con más sensibilidad. No será fácil dejar en mi casa de Mairena la imagen de mi madre ya anciana, casi impedida, soñando despierta con la huerta de Antonio Reina, de Arahal, que podía ver desde la vega. O la de Surco mirándome desde la reja de la puerta del patio o durmiendo al lado de la pecera. No sé si volveré algún día a esa casa en la que he sido tan feliz, aunque sea de visita, pero sí sé que algo de mí se va a quedar en ella hasta que sea demolida. Fracasaría de no ser así, porque una casa es, o debería ser, algo más que un lugar donde dormir.

Una casa es ese lugar del que si te vas y un día regresas, serás recibido por ti mismo o por quienes fueron felices en ella junto a ti. Me voy con esa esperanza, porque de otra manera me mataría la tristeza.

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