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Actualizado: 17 sep 2021 / 11:12 h.
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  • Los coches no atraen a las moscas

El Ayuntamiento hizo un gran esfuerzo para sancionar. Lo sigue haciendo desde que descubrió el “filón” para engrosar el “tesoro” municipal y además con eso crea empleo. Pobre, poco y precario, pero menos da una piedra. El filón ha merecido hasta hacer necesaria la multa para cuadrar el presupuesto, porque se cuenta ya con un número determinado de multas. O sea, veamos: como quien vende la piel del oso sin ni siquiera saber si hay osos en el bosque ni enterarse que está protegidos, el presupuesto ya incluye, desde el momento de elaborarlo, el número de multas que se van a imponer; lo cual obliga a imponer ese número, como mínimo. Si no, el presupuesto no cuadra. Y el presupuesto tiene que cuadrar. Es ley. No ley de vida, ley de esa que está en el B.O.E.

Los ayuntamientos, muy progres ellos —alguno más— afirman que hay que ir contra los coches, se ignora por qué esa inquina con esos diseños que vienen haciendo, mejorándose cada año, no como ellos, que sólo mejoran sus emolumentos. Quieren acabar con los coches, pero siguen ignorando al metro. No han calculado el maremágnum de autobuses que se moverían por la ciudad si no hubiera coches. Peor aún, si desaparecieran los coches ¿habrán contado, imaginado al menos, el número de parados subsiguientes?

Con las multas a los conductores por no llevarse todo el día circulando (¿todavía querrán que se contamine más?) pasa igual que con el oso, el dinero ya está asignado, así que es obligado multar. Y como eso de perseguir coches se queda para las series de televisión americanas, aquí se busca parar a los que circulan despacito o ir directamente a los que ya están parados, si es posible que tengan cerca una señal de prohibición y si no la tienen, se pone. Ya se dio un caso, que sepamos, de pintar la raya azul alrededor de un vehículo estacionado y sancionarlo a continuación. El Ayuntamiento compromete a sus “guardadores del orden cocheril” a imponer un número mínimo de multas. Para eso idearon la O.R.A., buena hora en que se les ocurrió, sin encomendarse a Dios ni al diablo, aunque con posterioridad obtuvieron el beneplácito del Congreso, con el cual el presunto delito de haber actuado por encima de la Ley, quedó impune. Y eso que las leyes no se pueden dictar con efecto retroactivo. Pero todo depende de a quién o contra quien estén dirigidas.

Sin embargo al Ayuntamiento no le conmueve el mal olor, ni el riesgo de llevárselo en las suelas de los zapatos, ni el mosquerío, ni la insalubridad de las deposiciones que tantos guarros paseantes de perros dejan “de regalo” a sus vecinos. Sucios e incívicos paseantes que sí deberían ser perseguidos por agentes, más fácil perseguir porque van a pie, hasta quitarles la sucia costumbre, que también beneficiaría al presupuesto. Pero, no. Los incívicos están libres hasta de sospecha, a juzgar por el estado de algunas calles. Contradicción dónde las haya, porque al mismo tiempo que se hace la vista gorda a ese incivismo amoral, no les importa fomentar el odio a los perros, será para no establecer comparaciones sobre su mucho mejor comportamiento social que los humanos; porque un perro jamás traicionará a nadie y si lo obligan a atacar atacará de frente. Sólo si lo obligan.

Comportamiento fiel y amistoso, conformes y contentos con una sola caricia, con un juego que, por razones de difícil comprensión, provocan rechazo en mucha gente que debería aprender de ellos, sin duda.

En el Estado español, mecidos en su tradicional atraso del que tan orgulloso se siente la mayoría tradicionalista, se prohíbe entrar en lugares públicos acompañados de un can, lo cual incita a los vándalos incluso a amenazar de muerte al propietario, por entrar acompañado de su perro en una farmacia.

Pero eso no se persigue. Ni la amenaza ni dejar la deposición en el suelo. No entra en el presupuesto. Pero aunque no esté en el presupuesto merecería la pena la vigilancia y el castigo a quienes ensucian, y apretar menos a quien tiene un perro, por el simple hecho de tenerlo.