Image
Actualizado: 05 ene 2018 / 13:28 h.
Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado

La noche estaba helada como un atabal. Tres niños se calentaban en torno a una generosa copa de cisco sin ganas de irse a la cama y sin hacer ruido por si lograban escuchar los pasos de los Reyes Magos en el corral, donde el abuelo había llenado el lebrillo de ramón para que depositaran los juguetes: una camioneta de madera, dos pistolas con sus cartucheras, el sombrero y la estrella de cherif, y una muñeca con la cabeza como una burra, al decir del abuelo. Insomnio general en la casa. Por la mañana, caras de asombro, risas nerviosas, la cafetera humeante en el anafe y mi madre y mi abuelo preparando las tostadas con manteca colorá. En la calle, otros niños celebraban la generosidad de los Reyes y los rayos del sol atravesaban ya la espesa niebla de la mañana. Un año más, momá Pepa y popá Manuel nos habían llevado al huerto de la ilusión convirtiéndonos, aunque solo fuera por un día, en los niños más felices de Cuatro Vientos. Esta noche no dormiré, pensando en aquellas frías noches de Reyes de Palomares. Y ahora que venga una drag queen y lo mejore.

ETIQUETAS ►