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Actualizado: 28 feb 2017 / 23:23 h.
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La Semana Santa de nuestra infancia y adolescencia que tanto añoramos gozaba de un rasgo en el que no solemos reparar: apenas tenía rostros con nombre propio, si acaso unos familiares o unos compañeros de colegio identificados con tal o cual cofradía. Así el protagonismo era exclusivo de las Imágenes y cuanto las rodeaba, tanto espiritual como formalmente. Por eso la idealizamos tan limpia y pura. Pero al irnos desenvolviendo luego en este microuniverso, fuimos vinculando todo acto, hermandad o momento con rostros conocidos y concretos. Para lo bueno pero también a menudo, con un lastre humano de túneles, críticas y cañoncitos particulares, estropeando ya el asunto. Hoy me entrego a lo primero y subrayo dos de esos nombres propios porque sí son de los que engrandecieron la Fe de Sevilla y la Semana Santa. Por sí mismos y como trastienda doméstica de grandes cofrades que aportaron y aportan mucho a ella. Dos grandes damas que nos faltarán tras una trágica despedida hace unos meses. Recuerden un incendio en noviembre que apareció en la prensa donde fallecieron «dos ancianas». Entrecomillo lo de ancianas porque una, con 102 años había roto la barrera de ese calificativo y la otra, ágil, alta, erguida, aspecto veinte años más joven que su DNI, tenía esa etiqueta senil extraviada en cualquier cajón. Sobrevino el inesperado infierno y cobró espeluznante realidad la frase de Memorias de África cuando Farah avisa a Karen del fuego en las plantaciones de café: «monsai, Dios ha venido...» era la hora de sus lámparas de aceite bíblicas. Precisamente cuando feliz les esperaba, inmediata, la recompensa a sus dos vidas fecundas. Pero pasó lo que pasó. Mas como generosa fue su siembra no habrá cosecha de olvidos. Nunca traiciona la memoria por mucho que nos empeñemos pues el presente es fruto de los moldes del pasado y así esta Semana Santa las tendré, muchos las tendremos especialmente presentes. Porque hoy que es tiempo de polvo y de ceniza purificadora sobre nuestras frentes también empezarán a germinar –la tierra devuelve en vida lo que creíamos muerto– los futuros lirios destinados al Cristo de la Buena Muerte y a Jesús Nazareno. Y con su hermosura y su fragancia recordaremos (las recordaremos, pétalos en el monte) que siempre vuelve al tiempo sagrado de la primavera lo que jamás puede irse porque pertenece eternamente a ella.