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Actualizado: 18 dic 2019 / 08:26 h.
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  • Mendigos en la calle Imagen

Un prodigioso artículo de Amalia Fernandez Lérida, nos ha dibujado el retrato de largas colas en el comedor social del Pumarejo, donde decenas de voluntarios colaboran en alimentar a quienes la Navidad excluye de celebraciones.

Un mero recorrido por diversos escenarios de esta ciudad, nos acerca a mantas de cuadros, en cajeros automáticos o soportales, hasta en el laberinto del kilometro cero de la calle Imagen, resguardados escasamente de la lluvia por los intersticios de Las Setas, mientras niños y niñas de un Colegio Privado adyacente son apartados expeditivamente por sus padres.

Mientras las luces de la ciudad centellean y pronto hasta los Heraldos recorrerán de caramelos las avenidas centrales de la urbe, habríamos de reflexionar sobre qué ha pasado en nuestras conciencias. Y no es que sea un hecho aislado de nuestra ciudad, sino también de otras como Barcelona, con su Avenida de la Diagonal prendida de juguetes y despojos rotos.

Alguien debería escribir sobre cada historia alrededor de la miseria. Especialmente, sobre aquellos que visten dignamente, pero bajan su mirada cuando reparas en ellos. Conocí a una de esas personas, apenas perceptible en las colas y que sostenía haber sido oficiosa de Girón de Velasco.

Su enjuto cuerpo pasó más de un mes en los frigoríficos del mortuorio del Hospital Virgen del Rocío, sin que siquiera fuera atendida en su enterramiento por la Hermandad cuya Virgen veneraba en su nuevo estreno de estandarte.

Y es que tal vez solo esas sopas salpicadas de algo, alivien de la soledad y la locura.

Mientras tanto, cientos de ancianos y ancianas yacen adormilados o sedados (qué más da), de la misma forma que los enfermos terminales han sido exiliados de cualquier abrazo. Hasta un partido político reclama una nueva edición de la Ley de Vagos y Maleantes.

La soledad es el mal de nuestro tiempo y su complemento la pobreza o la cárcel.

Fundaciones y Hermandades gastan ingentes fortunas en propiciar fotos donde sus Presidentes se acerquen a la mirada pública, siempre ajena a la caridad de los necesitados de Dios, que ni está ni se le espera.

Esas telas de esas Hermanas de la Caridad “con delantales de cuadritos celestes” son el último resorte de una sociedad que ya no aspira a la igualdad, sino que consagra la diferencia, como una retribución de la capacidad. Nadie piensa que la pobreza o la cárcel, son fronteras de fácil recorrido, para quienes alguna vez recibieron y tal vez creyeron el juramento vano de que alguien daría por ellos la vida entera.

Esos héroes de la piedad; esos ciudadanos anónimos que miran de igual a igual a quienes son iguales más la desgracia, deberían ser objeto del reconocimiento por su contribución a un mundo mejor.

Recorro otra mañana más el sendero por el que un niño crece entre cuatro muros que le aíslan del mundo.

En alguna fiesta de disfraces, incluso se cuela alguno de los fantasmas bajo las colchas, pues otra explicación infantil no cabe.

Mientras esto ocurre, Sevilla derrama cañas y hasta tapas solidarias a una multitud enfervorizada por las luces tenues de la Navidad.

Languidece Andalucía, con Sanlucar de Barrameda o El Puerto entre las cinco más pobres de España.

Y uno reflexiona sobre si este es el legado de la izquierda. En esto, la derecha al menos reza, que es gratis.

Y es que, en definitiva, pobres no sólo son los que tienen poco.