Familia, reencuentro, amor... Son palabras que en estos días te llegan aún con más intensidad (si bien su protagonismo debiera mantenerse durante todo el año). La alegría, la música, los colores y los festejos de estas fechas siempre me han gustado, pues seas creyente o no, hay algo que nos une como una especie de bisagra personal: nuestra humanidad, somos personas, y el compartir tiempo con la familia, el querenos, el reencontrarnos, la esencia de lo esencial que brilla con una luz especial estos días lo que hacen es nutrir lo más auténtico que tenemos, nuestra esencia personal, esa humanidad que nos une y que está por encima de credos, políticas, clubes deportivos... Ese "algo" que, al alimentarlo, te hace sentir más vivo. Por eso siempre he disfrutado de estas fechas; cuando eres niño, crees que es por los regalos, pero no... El verdadero regalo es el halo de felicidad que impregna estas celebraciones y hace que tu corazón consiga albergar nuevas emociones.
¿Recuerdas tu primera Navidad? probablemente eras demasiado pequeño, yo tendría unos 8 meses. Pero sí recuerdo una constante navideña todos los años de mi vida: los villancicos "aflamencaos" de mi madre, la cara de disfrute de mi padre saboreando el turrón duro, lo bien que lo pasábamos los tres poniendo el Belén y cómo mi padre, el día de la cabalgata, compraba caramelos, se los metía en los bolsillos, y cada vez que pasaba la carroza de uno de los Reyes, se agachaba poniéndose a mi altura y me decía: "¡fíjate cuántos caramelos hemos cogido!". Luego, la mañana de Reyes, pasaba el día entero jugando conmigo y montando juguetes mientras saboreábamos un buen trozo de roscón de Reyes bañado con un chocolate caliente.