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Actualizado: 03 mar 2023 / 07:11 h.
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  • Morir de éxito

Las cosas van tan bien, que acaban muriendo. Uno de los pilares de esta aparente contradicción empresarial, se apoya en la incapacidad de asumir la demanda que supone el éxito desorbitado, es decir, que tanta gente quiere acceder a lo que se ofrece, que no existe capacidad para satisfacerla. ¿Se acuerdan de la imposibilidad de comenzar el Santo Entierro Grande en la Concordia o la Gavidia, debido a la gran afluencia de público que se espera? Pues ahí tienen un buen ejemplo.

Estamos desbordados. El público satura la ciudad, y los poderes públicos intentan organizar los flujos restringiendo accesos, aforando calles y poniendo vallas. Los nazarenos aumentan llegando a números impensables hasta hace pocos años, a tal punto que ya no caben por horario en determinados días de nuestra Semana Mayor. Las Cofradías proliferan, creando unas vísperas que reivindican y presionan para ser Semana Santa, cuando la realidad la vemos en el cartel editado por el Consejo: del 2 al 9 de abril. Las bandas tienen una cantidad de miembros asombrosa, y se estrenan marchas todos los años. Las cuadrillas de acólitos que antes se pagaban, ahora están más que demandadas por la juventud, y capítulo aparte merecería el éxito de las cuadrillas de costaleros, donde poder entrar en algunos casos se convierte en misión imposible. Batimos records constantemente, pero con estos “logros” se nos va una forma de vivir nuestra Semana Santa, autóctona y natural, sintiendo que se nos va de las manos.

Sevilla, tan admirada y reconocida en el mundo, no deja de acoger masas ingentes de turistas cuyas consecuencias son a veces palpables y otras menos vistas, debido a su lenta pero imparable implantación. El turismo tiene sus ventajas, generan dividendos y empleo, pero en su contra debemos asumir que todo ello lleva implícito un coste elevado, como la despersonalización y desnaturalización de una ciudad genuina y auténtica como hay muy pocas en el mundo, siendo esto parte de su gran atractivo. El centro y sus barrios más próximos se vacían de vecinos, convirtiéndose en una Sevilla sin sevillanos, dejando paso a una población flotante y a un parque inmobiliario lleno de hoteles y apartamentos turísticos. Sin ciudadanos no hay ciudad, convirtiéndose esta en un inmenso decorado.

Y así, se da la contradicción, que mientras menos habitantes tiene Sevilla, y más vecinos alejados de sus lugares históricos donde se desarrolla la mayor parte de su Fiesta, más gente hay fuera y dentro de las procesiones. Esto se deba quizás porque son una vez al año, ¿pero qué sucede con el día a día de las Hermandades? La proximidad siempre ha sido el gran aliado de nuestras corporaciones, máxime cuando llegar desde barrios alejados al centro es cada vez más difícil. La asistencia a algún acto o simplemente echar un rato entre hermanos, la limpieza de plata en estas fechas, que afecta de lleno a “la cantera”, la asiduidad de ir en definitiva a la Hermandad, se tornará como la excepción y no la regla, amén de los Cultos. El roce hace el cariño, y si no existe, los hijos que vivan fuera del entorno irán a la Hermandad menos que sus padres, y sus nietos aún menos, y así sucesivamente, y perderemos la Memoria de aquel anciano venerable que a diario vivía su Hermandad y nos contaba “batallitas”. Y mientras, nuestros cortejos están llenos de cofrades que quizás no hayan pisado la Hermandad en todo el año, ni asistido a un culto, ni conocen a ningún otro hermano de la fila, pero pagan su papeleta y estamos encantados.

¿Hacia dónde vamos? Quizás sea irremediable, quizás sea una corriente que nos arrastra y que no podemos parar, pero al menos que seamos conscientes de ello. Entre tantos logros y abundancia, las Hermandades serán como esa Sevilla sin sevillanos, que va perdiendo su esencia, cada vez más pobres en vivencias, y lo que no está vivo, se muere...

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