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Actualizado: 21 abr 2017 / 23:20 h.
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La última vez que el barómetro del CIS se interesó por los hábitos de lectura de los españoles, en septiembre pasado –cabe imaginar que la realidad a este respecto no ha cambiado sustancialmente desde entonces–, resultó que la masa fervientemente lectora se queda en un 28,6 por ciento de la población. Cuando a los que no leen nunca o casi nunca les preguntaron la razón, estos respondieron masivamente, en un 40,7 por ciento, que no les gusta o no les interesa. La segunda causa, a mucha distancia, era la falta de tiempo. Pobre democracia, basada en la opinión. La crisis más feroz que está sufriendo ahora Occidente es de pensamiento, y eso solo se cura leyendo. Al haber renunciado a la reflexión y haber dejado que se le oxiden a esta sus herramientas, la sociedad rasa se está quedando sin argumentos con los que definirse a sí misma y enfrentarse a los nuevos dogmas, y acabará asumiéndolos sin el menor filtro crítico, más allá de algún chiste o protesta de barra de bar, mientras los bárbaros de Oriente, enaltecidos por esta inanidad de su adversario –que es la civilización– vienen a matarnos a nuestras casas en su intento desesperado por buscar pelea. Nosotros, que también tenemos nuestros propios bárbaros chulescos y armados hasta los dientes, criticamos a estos en público mientras por lo bajini, en casa, rezamos para que sean quienes nos saquen las castañas del fuego cuando se arme la gorda. O sea, que no estamos tan lejos de los nazis. Pero mañana, Día Internacional del Libro, solo el 28,6 por ciento de los españoles se sentirán concernidos, y así no se gana ninguna guerra de principios. Entre otras cosas, porque no hay principios. Para quien no lee, solo hay finales.