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Actualizado: 20 dic 2021 / 07:05 h.
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  • Ómicron descontrola la pandemia y nosotros de discotecas

Tengo la sensación de estar rodeado por el SARS-CoV-2. Por los cuatro costados; de arriba abajo. Allá donde mire veo al coronavirus acechante, preparado para atacar y replicarse en mi sistema respiratorio.

En casa somos siete y hemos aguantado desde el principio, pero ya ha sido imposible. El mayor de los chicos y la pequeña ya lo han pasado. El segundo es candidato a que la PCR de mañana le convierta en enfermo de Covid-19. Por más que hemos luchado para que el virus no entrase en casa, la realidad se ha mostrado terca. En cualquier caso, de momento los síntomas están siendo moderados y la abuela ha quedado al margen.

Ya es raro no conocer a alguien contagiado, a alguien que ha perdido a un familiar por el camino que está trazando este virus o un caso en el que el coronavirus ha dejado secuelas. Es tal el número de contagios que se está produciendo en la actualidad que dan ganas de tirar la toalla para que el destino haga su trabajo. Son demasiados meses tomando precauciones, tratando de sortear el problema; son muchas las horas de preocupación. El peso de la pandemia es casi insoportable. Aunque hay que continuar en guardia. Es lo que toca.

Al virus no le hemos vencido. A pesar de los mensajes triunfalistas de los políticos, el virus sigue a lo suyo. Le hemos puesto las cosas más complicadas. Eso es verdad aunque solo lo hemos logrado en lugares muy concretos olvidando a los países más pobres. El virus, dada nuestra torpeza y falta de disciplina, nos está ganado el partido por goleada y siempre va por delante en el marcador. Hemos demostrado ser unos mequetrefes, unos incapaces para tomar decisiones de forma sensata y empática. No hemos aprendido nada y salimos de este tiempo más arrogantes y más idiotas. Sabíamos que no hacer un esfuerzo por vacunar a todos en el planeta podía ser causa de la aparición de distintas variantes del coronavirus que resultarían peligrosas y esquivas con las vacunas, pero hemos querido ser diosecillos (otra vez) y hemos hecho lo que nos ha dado la gana.

La variante Ómicron es 70 veces más contagiosa que la Delta aunque parece ser que no es más letal. Ahora bien, es tal el número de contagios que, finalmente, el número de hospitalizados, los ingresados en UCI’s y los muertos, serán elevados. La estadística dirá que la situación es mejor que hace un año aunque la realidad nos enseñará la cara más amarga. Ómicron hace que todo esté descontrolado y que la aritmética sea más cruel que nunca.

Es bueno recordar que el virus se contagia mejor con los cambios porque ese es el objetivo, precisamente ese. Y, al mismo tiempo, la virulencia va disminuyendo con cada uno de esos cambios puesto que el otro gran objetivo del virus es no acabar con el receptor (todos nosotros) en el que debe replicarse. Si mata todo o que se pone por delante agota su propio camino, se acaba el baile.

Debemos regresar al lavado cuidadoso de manos, al uso de mascarilla y a las distancias de seguridad. Encerrarnos en bares o discotecas ayudará poco; las fiestas que llegan van a ayudar poco; apiñarse en las calles será mal negocio. Las vacunas sin cuidados personales y del grupo no van a funcionar como quisiéramos.

Las cosas siguen estando igual de mal que antes gracias a nuestra cortedad de miras y nuestra chulería ante un peligro cierto aunque invisible. No hemos sido capaces de entender que vivimos la crisis sanitaria más importante de los últimos 100 años. La gente sigue muriendo y sufriendo.

Así no vamos a ninguna parte. El virus nos sigue ganando. Y nosotros a lo nuestro.