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Actualizado: 10 sep 2016 / 12:36 h.
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Nadar contracorriente ofrece peligros e incomprensiones pero, qué quieren que les diga, ni sé ni puedo sumarme al tremendo regocijo que ha despertado este inminente otoño cofradiero que hace frotarse las manos a las modernas tribus moradas. La proliferación de salidas y actos de todo tipo convertirá en cuaresma lo que era territorio natural de las más hermosas y antiguas glorias. Y no se trata de criticar el justo, sano y lógico gozo de las cofradías protagonistas que tienen todo el derecho a festejar en plenitud algunos hitos que se viven una sola vez en la vida. La cuestión va más allá y ya se ha planteado en muchas ocasiones: la semanantización de todos los meses del año ha logrado en convertir en previsible lo que antes era un hermoso regalo que se demoraba demasiado. Hay cosas que celebrar, es verdad. Por el Porvenir o en las dos Trianas se vivirán días grandes que quedarán en el recuerdo. Pero hace tiempo que lo extraordinario dejó de serlo. La culpa sólo la tenemos nosotros. Manosear lo que tanto se quiere produce desgaste; pero también aburrimiento. Al final habrá una inmensa zancada que marcará diferencias más allá del bien y del mal. La salida del Gran Poder –as en la manga del arzobispo Asenjo- volverá a enseñar los cimientos más hondos de la despreciada y mal llamada religiosidad popular. Y dará igual quién toque detrás o quién se ponga delante. Él lo llenará todo sin discusión.