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Actualizado: 19 ago 2021 / 21:27 h.
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  • Le meilleur reste à venir
    Le meilleur reste à venir

¿Cambio? ¿Adaptación? ¿Compensación? ¿Evasión? ¿Se atrevería usted a hacer una lista y puntuar del 1 al 10 el peso de estos conceptos en su necesidad de huir del tedio, del estrés o del aburrimiento vital? Un ejemplo podría ser: lo paso mal en mi profesión, quiero cambiar de trabajo (7); pero no me atrevo y me adapto amando al prójimo (8); entretanto voy a seguir compensando mi desazón, nadando, tocando la batería con mi grupo de música, y voy a seguir escribiendo, si me lo permiten, en este periódico (9); no obstante, a ver si me puedo evadir, en la playa por la noche, contemplando aquellas olas, que iluminadas por la luna, parecen bengalas de plata movidas por peces invisibles (10).

Creo que, cubiertas las necesidades elementales, la mayoría de las personas que tenemos trabajos estresantes o monótonos, con cara a la vuelta de las vacaciones (con o sin depresión) nos replanteamos el mencionado ranking de necesidades. Me gustaría que los que se hallan en mi misma tesitura, sobrevivieran al escollo de que definitivamente no existe el Edén, y que hay que seguir trabajando, o no, en lo que uno tiene (en mi caso, después de muchos años opositando para un empleo público). Si mi lista inicial de compensaciones les sirve (a mi sí), ¡bienvenidos a una nueva vida!

No obstante, dicho lo anterior, me gusta la idea del cambio, para mejorar nuestra forma de vivir o para materializar inquietudes. No existe la transformación total, eso ya lo sé. Me refiero tanto a las grandes o a las pequeñas variaciones en la vida. Y tengo la certeza de que cuando nos cuestionamos progresar de forma mayúscula y no nos atrevemos, ante la decepción que ello conlleva, lo realmente importante es ejercitarnos con pequeñas “escaladas”. Y si eso tampoco es posible, ante el ruidoso enjambre mental, pienso que lo primero es acallar la mente. Es decir, meditar, y ya llegará la inspiración.

Todas estas reflexiones vienen porque, como en otras vacaciones estivales me vuelvo a plantear, después de jornadas estresantes en el centro de salud, cambiar de trabajo o como mínimo de destino profesional. Y es que el susodicho descanso, en el mundo sanitario de donde provengo, suele desvanecerse durante el primer cuarto de hora de vuelta a la realidad. Eso sí, repetiré hasta la extenuación que no me puedo quejar porque tengo salud y trabajo.

Me parece genial buscar evasiones esporádicas de vez en cuando. Pero no dejo de pensar lo importante que puede llegar a ser la alternativa en nuestras vidas, o qué valiente es dar el paso para hacerla efectiva. Unas veces resulta difícil redirigirse para romper con algunas relaciones tóxicas o dejar las adiciones, por ejemplo. Otras la necesidad de cambiar de hogar o sobrevivir, es evidente. Y ya no digamos lo lastimoso que puede ser despegarse del llamado estado de confort en nuestras decisiones más arriesgadas (o simples, según el individuo). Se puede morir o no en el intento, pero la posibilidad de otro camino siempre estará emitiendo señales de alarma. Quiero creer que las crisis, ansiedades o depresiones, pueden ser avisos de que debemos corregir muchos aspectos de nuestra forma de ser. O servirnos de aquellas, para revisar las dioptrías con que solemos ver este mundo. Quiero creer también en las señales de cambio que ayudan a llegar al destino vital deseado. Indicios motivados por alguna lectura, por algún contacto con ideas de otras personas o visión de una simple película.

Así podría verse usted, en su misma ciudad, en un cine de verano, abierto a un mensaje revelador. Una silla sí y una silla no para respetar la consabida distancia de seguridad sanitaria. Un cielo donde apenas se adivinan las estrellas debido a la contaminación lumínica, salvo un punto de luz vivo, un fragmento de luna y un objeto plateado recorriendo lentamente el firmamento (¿un avión o un ovni?). Una programación en cartelera con películas que abordan temas sensibles. Y ahí estoy yo, viendo dos películas que despertaron el insomnio cuando llegué finalmente a mi casa. Una de ellas la vi el año pasado, me refiero a Le meilleur reste á venir (Lo mejor está por llegar) (2019, Bélgica). La otra la vi al principio de este verano: La boda de Rosa (2020, España).

Se trata de dos películas que, con frecuentes situaciones cómicas, tratan temas de calado trascendental. Trataré de no darles muchos detalles por si usted tiene acceso a cualquier plataforma de TV privada o la puede ver todavía en algún cine de verano. Pero el final, es lo que cuenta. Las dos películas mencionadas, a mi parecer, tienen dos expresiones en común: “la revelación” y un “giro nuevo en la vida”.

En la primera, Le meilleur reste á venir, dos amigos, uno de ellos con una enfermedad mortal (sin saberlo), cree que el que la padece es el otro. El también aparente amigo sano, un profesor e investigador hastiado por su vida profesional y una separación de pareja, es incentivado por el enfermo para que se “suelte la coleta”, viva los momentos simples de la vida y vuelva a confiar en una relación de pareja. En la segunda, La boda de Rosa, la protagonista decide, cansada de un trabajo que no desea y harta de satisfacer las expectativas de otros, montar su propio negocio (inspirada por la tienda de ropa de su madre) y quererse sobre todo a sí misma.

En definitiva, el cambio necesario es signo de valentía (es lo que me atrevo a decir). Podemos necesitar grandes desvíos de rumbo en la vida, pero también pequeñas acrobacias con red. Lo estático se asemeja al dolor y a la impotencia por sacar partido a la vida. Es una petite morte. Un movimiento distinto es simplemente apostar por un banquete más variado, con sus mejores o peores manjares. Mudar, a veces, es tan sencillo como buscar una sabiduría elemental en forma de pedir perdón, dar gracias, cambiar la ruta habitual para rodear un parque, demostrar cariño o reírse de uno mismo.

La voluntad de ser mejor es conservar un germen de juventud, a pesar del paso de los años. O tal vez un acto de rebeldía.