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Actualizado: 31 mar 2023 / 07:43 h.
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  • ¡Paso al arte!

Lo recuerdo desde siempre. No sabría decir el primer día que lo vi, ni cuándo lo conocí. Crecí viéndolo siempre junto a la Virgen. Se sentaba en los primeros bancos del lado izquierdo de la Capilla como en un ritual, todas las tardes sin faltarle una. Persona de fuerte carácter y vida reservada. Su edad era su secreto mejor guardado: “ni al confesor le digo yo mi edad” decía con la gracia y espontaneidad que le caracterizaban. Por ser trianero se sentía doblemente sevillano. Nada en su vida era fruto del azar, absolutamente todo estaba relacionado con su Virgen, incluso su propio aspecto físico. Si le decían que tenía muy buen color de cara, él respondía: ”Ella es la que me lo pega”; y si le preguntaban por curiosidad la estatura de la Virgen, él replicaba orgulloso: “¿tú me has visto a mi?, pues igual que yo”. En su mente, siempre la Esperanza. En sus manos, el honor de vestirla. Su nombre, Fernando Morillo Lasso.

No esperaba reconocimientos de nadie, pero sí le gustaba lo que algunos le decían por su labor y lo guardaba en lo más íntimo de su ser, como si del mayor de los premios se tratara. Un día, hacía ya muchos años, contaba que al salir de una tienda del centro, había un chaval que agachado manejaba unas telas y le impedía la salida. Aquella persona al sentir que había alguien se volvió y al darse cuenta que era Fernando le dijo retirándose a un lado: “Paso al arte”. Aquello no lo olvidaría nunca y lo recordaba con sumo cariño y gratitud. Contaba vivencias de otra época, como sacadas de un libro, pero era él quien las había vivido. Relataba con exactitud aquel Domingo de Ramos del año 26, cuando se dirigía a San Juan de la Palma para ver estrenar el “nuevo” palio de la Amargura. Era historia viva de Sevilla. Recordaba el taller de Castillo Lastrucci que iba a visitarlo cuando estaba allí la Virgen, o su traslado al Salvador para la Exposición del 29, las túnicas negras que había vestido antes que las verdes actuales, los sucesos de la República cuando entraron en San Jacinto, la Guerra Civil... Contaba bajito, como si aún hubiera algún temor cómo y dónde escondieron a la Virgen, y se emocionaba al hablar de las visitas periódicas que le hacían para rezarles a escondidas.

Hablaba de cuando la Virgen no tenía casi nada que ponerse y la vistió de blanco con dos capas de nazarenos y una mantilla de su hermana. Se reía al recordar cuando iba a la tienda de los Revuelta y en la bocamanga de su abrigo guardaba encajes, cajas de alfileres y todo lo que tuviera a mano, porque no podía pagarlo. Decía con acento de proeza: “Yo me hice ladrón por Ella”. Y por Ella, lo hizo todo en su vida. Por eso, cuando vestía a la Virgen, transmitía un amor tan grande que contagiaba a los de su alrededor. Hablaba y notabas algo especial en él y el brillo de sus ojos resplandecía aún más. Si tengo de él una imagen imborrable, es verlo llorar mientras vestía a su Esperanza. Aquel año de 1994 que la Virgen estrenaba manto, no paraba de llorar. Sólo decía: “Son tantos años, y tantas cosas...” y se paraba un momento a contemplar la hermosura de la única dueña que tuvo su corazón, para decirle: “Eres una Reina, más que Reina eres Emperatriz”. Y entre piropos y oraciones, que se quedaban en la intimidad, seguía sin descanso tras más de cincuenta años vistiendola.

Han pasado los años, y ahora sin saber muy bien por qué, me veo en su mismo lugar privilegiado. Intento hacer honor a su legado, recordando siempre las palabras que como testamento me dejó y que repetía una y otra vez: «a la Virgen, a la Esperanza, no se la viste con las manos, se la viste con el corazón». Y al contemplarla en la gloria de su paso de palio, recuerdo a aquel hombre lleno de amor por su Esperanza y le doy gracias a Ella por haberlo conocido. Y al escribir sobre su persona, sólo tengo que acordarme de todo cuanto le oí hablar y dejar paso a los recuerdos. Paso al arte, Fernando. Paso al arte.