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Actualizado: 27 ago 2019 / 08:03 h.
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  • Pedro Sánchez y el fin del verano

Ya han desaparecido los mosquitos de Sanlucar. qué alivio...

Sabremos de ellos cuando de nuevo fumiguen la residencia presidencial en Las Marismillas.

Pero no teman, no les hablaré de los estudios demoscópicos de Tezanos, ni les recordaré su postrera traición a Alfonso Guerra, hurtando el único vestigio de memoria de la izquierda, véase Fundación Pablo Iglesias.

Tampoco les molestaré con la Sentencia del proces... No sé dónde está la controversia o duda sobre el fallo, un puntal más de la perpetuación borbónica, que nunca entenderé cómo algunos Abogados se prestan al espectáculo, cuando donde no hay justicia, la única actitud es el silencio y el recurso a Europa, donde aun se preserva la apariencia de imparcialidad como valor supremo del individuo en forma de derechos fundamentales. Y es que el poder siempre gana...

Y tampoco me referiré a Podemos. Sólo cómo son atacados por los medios, para constatar que son los enemigos del sistema, baste leer los recursos policiales de eso que llaman Estado, usados por la impunidad comprometida de Rajoy, basten unas parcas líneas comprensivas del Sumario del Comisario Villarejo.

Y para qué, en fin, recordarles la ignominiosa detención de Assange; a quién le importa ya. Quién recuerda Damasco, el Sáhara y todas aquellas causas que se quedaron en las canciones, por las que habría de pasar la alameda de la Libertad de Allende; sí, todas esas que nos tranquilizaban la conciencia una vez al año en la marcha a Rota.

Hoy no les cansaré y me limitaré a hablarles del fin del Verano; quizás el único completo que recuerdo, tras los senderos infantiles de albero de Chipiona.

Sucede que, esta vez, en lugar de aliviarme en su final, se me ha quedado corto; debe ser que la soledad se ha tornado amarilla; que la bocanada de aire de Levante de ayer, fue como el conejo de la chistera ante el que sonríe ese niño rescatado del Aula del fondo de la prohibitiva Escuela en que lo has recluido.

Esas camisas blancas al Sol hiriente, que quisiera fueran de esperanza, sin plomo en las alas... Esos niños que habrán crecido tanto el próximo año como para despreciar cada pequeño bichito que hoy les asombra entre el vómito del mar de plástico.

Esos diminutos –para ellos gigantescos- castillos de arena; esas piedras levantadas en busca del último milagro de la vida y esos nombres que comprenden palabras de amor derretidos por la implacable marea.

Asi que, antes de pensar en el óxido de los Gimnasios; la sempiterna oferta de paquete de folios del retorno de vacaciones, aprovechen que Trump ha vuelto a rehabilitar los terminales chinos, y qué tal un “te quiero” o una llamada al amigo que descansa y al que la suerte le ha sonreído en forma de Verano con zapatos viejos, antes de que la respuesta automática se imponga sobre el contacto...

Que tal si agradeces la vida, siquiera pensando en los ahogados que no hallarán confiscados Open Arms, y sorbes una última copa de fino, que hasta eso peligra, tal es la moda.

Qué tal si piensas en todos los que se marcharon y con ellos te fuiste, que ellos también tuvieron su Verano y su ella en forma de Mar y Ola, que ya jamás podrás llegar a olvidar.

Disfruta, pues. Deja a Pedro Sánchez y demás fauna. Aprende del ideal libertario gaditano.

Aun te quedan unos días de tempestuoso Levante; llénate de arena los pies, de salitre el pelo, y recuerda que será lo único que te quedará cuando el Invierno te robe cualquier atisbo de esperanza entre las sombras.