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Actualizado: 19 nov 2016 / 23:20 h.
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Hace tiempo que vengo leyendo el jaleo que se forma en la Alfalfa por la noche con los niños de la movida. Y no sólo leyendo, tengo colegas en la universidad que viven por allí y me lo cuentan. Leo además que sus protagonistas son estudiantes Erasmus y otros estudiantes universitarios. El Programa Erasmus es una gran idea para que los estudiantes intercambien experiencias con otras personas en otros países pero no para gamberrear y mearse por las calles y molestar a la gente que descansa. En torno al Erasmus ha surgido un auténtico negocio de unos y otros y la finalidad docente va pasando a un segundo plano. He tenido alumnos Erasmus en clase –franceses, alemanes, nórdicos, italianos– y a veces ni me he enterado, ni se han presentado en todo el curso, me he enterado por otros alumnos no Erasmus. Entre sesenta o más alumnos que van y vienen no puedes controlar nada. Como se sabe de sobra, el Plan Bolonia es un fraude.

La obligación del Erasmus es presentarse al profesor de la universidad de destino para que lo tenga en cuenta y le encargue responsabilidades académicas para su formación. Al mismo tiempo, otro profesor de la universidad de origen coordina su estancia y cuando ésta acabe, el profesor o profesores de la universidad en la que ha estado deben elaborar un informe sobre su rendimiento que debe ser entregado por el alumno al profesor coordinador en su universidad. De paso, el Erasmus debe llevar a cabo una inmersión académica y cultural en la universidad a la que ha acudido a completar estudios y debe conocer la ciudad en la que se encuentra, no emborracharse y formar escándalos, algo que seguramente será asunto de una minoría pija.

Poco a poco, algunos Erasmus y otros estudiantes han ido campando a sus anchas, el dinero público se está tirando a la basura, la estancia es más un recreo de meses que una actividad académica. En ciudades como Sevilla, su clima y su ambiente hacen posible que ese recreo sea especialmente destructivo para el alumno y para sus habitantes y ahí tenemos a unos sujetos, ya mayores, pero con mentalidad de niños y unos políticos con miedo a ejercer sus responsabilidades porque eso lo da la mediocridad y una mente falsamente progresista. Y tenemos a una sociedad que desde pequeños ha educado a los niños con tanta concesión que los mimos de ayer traen consigo las meadas de hoy. Lástima de unas generaciones que pasarán a la historia por beber demasiado y miccionar en plena calle. Porque al final la gente generaliza y pagan justos por pecadores.

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