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Actualizado: 20 nov 2022 / 10:15 h.
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  • Qatar y recordar el Mundial de Argentina con dictadura militar

que en el pasado balompédico para constatar los fuera de juego de las hipocresías y de las mezquindades. En la víspera, cuando el forofismo ávido de goles ya estaba próximo a eclipsar en la opinión pública internacional la polémica por la organización de una competición deportiva tan importante en un país tan antidemocrático que reprime derechos humanos esenciales como la identidad sexual, el jefe de comunicación de la Federación Internacional de Fútbol (FIFA), el escocés Bryan Swanson, decidió 'salir del armario' y anunciar públicamente que es gay. Lo hizo desde Doha, la capital qatarí, donde el emir ha aceptado que durante el mes del campeonato para que el que han querido ser anfitriones gastando dinero en cantidades inmensas, quede en suspenso la legislación que criminaliza a los homosexuales sea cual sea su nacionalidad.

A partir del 19 de diciembre, cuando en Qatar amanezca tras la noche de euforia con una selección levantando el trofeo más dorado y deseado, empezará a calibrarse si el uso del Mundial como operación de blanqueamiento les sale o no como una jugada redonda de paréntesis permisivo para mejorar su reputación a la vez que retornan al punto de partida en su grado de falta de respeto por la igualdad y por la libertad. Ya veremos si la población qatarí homosexual se atreve o no a perder el miedo a mostrar públicamente su autenticidad cuando el mundo deje de toparse con Qatar como telón de fondo de su entretenimiento y vuelva a distraerse mirando en las mismas pantallas otras programaciones a la carta.

Toda persona mínimamente informada sabe, por los testimonios revelados a posteriori, que el Gobierno de Qatar sobornó a federativos del fútbol con derecho a voto para conseguir que le adjudicaran la organización del Mundial 2022. Igual que hizo Putin para montar en Rusia el Mundial 2018, derrotando a las candidaturas de España e Inglaterra. Por eso es de traca que el actual presidente de la FIFA, el italiano Gianni Infantino, usara la táctica del calamar con su tinta para embarrar el terreno de la polémica: “Las críticas por el Mundial son hipócritas. Por lo que los europeos hemos hecho durante los últimos 3.000 años, deberíamos estar pidiendo perdón los próximos 3.000 antes de dar lecciones de moral a otros”. Oiga, que las principales críticas son contra los europeos como usted que le precedieron en el manejo cínico de la gobernanza balompédica. Igual que en España no se pone el foco en la tiranía saudí como responsable de conseguir que la Supercopa de España se dispute en un país más opresivo que Qatar, sino en los españolísimos, catalanísimos y europeísimos dirigentes e intermediarios que perpetraron el dislate a cambio de un pelotazo de muchos millones de euros.

Hoy toca mirar a Qatar y recordar el Mundial con el que más se intentó legitimar un régimen terrible y tapar la verdad sobre lo que ocurría en el país organizador. El de Argentina 1978. La FIFA le había concedido en 1973 ser la sede, a pesar de que era un polvorín descontrolado en los últimos años de vida del general Perón en el poder, y la Triple A hacía estragos como grupo terrorista parapolicial y paramilitar asesinando a cientos de personas, ya fueran guerrilleros montoneros, intelectuales de izquierda o sacerdotes de la teología de la liberación. En 1976 aconteció el golpe de Estado que instauró una dictadura espantosa, encabezada por la junta militar con el general Videla como presidente y prometiendo un 'Proceso de Reorganización Nacional'. Macabro eufemismo que enmascaró más de 30.000 asesinatos por la estrategia de liquidar a la mayor parte de la ciudadanía argentina simpatizante con el marco ideológico marxista en un contexto de 'guerra fría' norteamericano-soviética, y con Latinoamérica sometida a un cúmulo de dictaduras y oligarquías alentadas desde Washington, y polarizada entre el apogeo de los regímenes bananeros y la errónea idealización del castrismo cubano como movimiento de liberación que no era tal y bailaba al son de Moscú.

En 1978 no existía internet, ni había WhatsApp, ni bajo la férrea censura era fácil tener conocimiento y pruebas sobre la magnitud de lo que se estaba viviendo en Argentina. A 700 metros del Estadio Monumental del River Plate, elegido para celebrarse el partido inaugural y la final, estaba la Escuela Superior de Mecánica de la Armada, no se sabía que era el principal centro de torturas, y menos aún se podía vislumbrar que desde ese edificio se hizo desaparecer a cientos de personas que fueron arrojadas en alta mar desde aviones o helicópteros militares. Pero desde abril de 1977 sí fue público y llamativo el asociacionismo de las Madres de la Plaza de Mayo, dando vueltas cada jueves durante una hora delante de Casa Rosada, sede de la presidencia, para preguntar dónde estaban sus hijos, desaparecidos. Y en países europeos democráticos como Alemania, Suecia, Holanda y Francia se habían exiliado miles de argentinos que pudieron huir a tiempo de salvar sus vidas, y cuyos impactantes testimonios tenían eco en periódicos, revistas y cadenas de radio y televisión. Por eso jugadores importantes como los alemanes Maier y Rummenigge, de la selección que iba a acudir como campeona vigente tras su triunfo en 1974, hicieron declaraciones en contra de ese régimen dictatorial. Y la FIFA miró para otro lado. Hubo Madres de la Plaza de Mayo que en las semanas previas lograron hablar con jugadores de la selección argentina para suplicarles que en alguna de sus ruedas de prensa ante periodistas dieran a conocer al mundo su reivindicación. Pero no se atrevieron, por miedo a ser represaliados después de haberse celebrado el torneo.

Cuando países como Qatar, sin tradición deportiva en la alta competición, consiguen que en su territorio se dispute un gran campeonato, no hay riesgo de que eso vaya a influir en que lleguen a la final y se alcen con el título. Pero en el caso de Argentina, extraordinaria cantera de talentos futbolísticos y una sociedad que vive el fútbol con una pasión desbocada, sí era evidente que la tiranía veía en el Mundial un hito idóneo para manipular el patriotismo y para ofrecer al pueblo una alegría sin precedentes en la que ponerse la medalla para perpetuarse en el poder: ganar por vez primera la Copa del Mundo. Y lo consiguió. No solo por el talento de los Kempes, Ardiles, Passarella, Fillol, Bertoni, etc., sino porque la junta militar argentina influyó en sus colegas de la dictadura militar peruana para que la selección de Perú se dejara perder por al menos cuatro goles de diferencia en el partido clave que decidía si Brasil o Argentina llegaba a la final para disputársela a Holanda. Pónganse en situación sobre el uso del fútbol con fines espúreos: el mismísimo dictador Videla entró en el vestuario de la selección peruana antes de comenzar el partido, para saludarles en nombre del espíritu de hermandad latinoamericana.

Hasta que la dictadura no cayó en 1982 tras perder la Guerra de las Malvinas contra Reino Unido, no se supo lo que el seleccionador argentino César Luis Menotti les exhortó en 1978 a sus futbolistas en el vestuario antes de saltar al césped para competirle a Holanda la final del Mundial: “Nosotros somos el pueblo, pertenecemos a las clases perjudicadas, nosotros somos las víctimas y nosotros representamos lo único legítimo en este país: el fútbol. Nosotros no jugamos para las tribunas oficiales llenas de militares sino que jugamos para la gente. Nosotros no defendemos la dictadura sino la libertad”. Millones de argentinos que mal dormían cada noche por temor a que las fuerzas represoras llamaran a la puerta de su domicilio para llevárselos detenidos, fueron parte de esa gente que abrumadoramente se echó a las calles mostrando su júbilo por el triunfo futbolero. Pero eso pudo suceder porque la FIFA, presidida por el muy corrupto Joao Havelange, brasileño, había pactado en secreto con los militares mantener la celebración en Argentina del Mundial, pese a las presiones desde algunas instancias democráticas europeas, como la organización Amnistía Internacional, a cambio de que liberaran y pudieran salir del país el hijo de un diplomático brasileño amigo suyo y la novia argentina de aquél, ambos encarcelados en uno de los centros clandestinos de detención y tortura. Salvar dos vidas a cambio de mantener los contratos con quienes sabes que matan a miles. El mundo del fútbol tocó fondo con aquella bajeza moral.

Qatar 2022 no es lo mismo, ni de lejos. Pero los federativos de ningún deporte pueden incurrir en el cinismo de negociar a precio de oro que conceden la realización de un campeonato mundial en un país no democrático a cambio de que establezca una moratoria de un mes en el cumplimiento de su legislación atentatoria contra los valores y normas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

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