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Actualizado: 18 dic 2020 / 09:11 h.
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  • EFE/Enric Fontcuberta
    EFE/Enric Fontcuberta

No sé si lo han pensado seriamente. El año se ha hecho largo, larguísimo, densísimo, con un saldo de muertes que ni siquiera se conoce con rigor. Pero ese mismo tiempo que se ha antojado interminable es un tiempo récord, heroico, excepcionalmente increíble, por corto, para tener ya una vacuna en la mano. O varias. Lo han conseguido esos científicos de medio mundo que, cuando todo iba fantásticamente, estaban llamados a la precariedad laboral y a la marginación no solo mediática. Lo ha conseguido esa misma ciencia tantas veces puesta en cuestión y esos programas de innovación investigadora que son siempre los cenicientos en los presupuestos que dan incluso para lo vergonzoso. El contraste entre el tiempo que llevan los políticos cacareando para no ponerse de acuerdo en lo más elemental y exactamente el mismo tiempo que han necesitado los científicos para conseguir la solución más elemental dice mucho de la sociedad que en que vivimos. O en la que estamos llamados a morir.

Y da vergüenza ajena toda esta apabullante presión, toda esta estresante prisa que se le ha metido a la comunidad científica internacional para conseguir el antídoto porque, después de haberse logrado diez o veinte veces antes de lo que hubiera sido lo normal, no se está subrayando suficientemente, sino que el foco sigue puesto, por un lado, en la desconfianza de cierta parte de la población y, por otro, en la gestión que se hará dentro de unos días para su administración desde presupuestos exclusivamente políticos y económicos. Aquí la carrera a codazos sigue siendo la de los estados, en todo caso la de las comunidades autónomas en nuestro caso, que demuestran no haber aprendido ninguna lección de compromiso científico, solidario, ni siquiera de humildad.

Cuando hace más de un siglo lamentó Unamuno aquello tan español de “que inventen ellos”, refiriéndose al avance europeo frente al estancamiento hispano, no sé si atesoraba alguna esperanza en el cambio, o si ya sabía que, tanto tiempo después, “ellos” iban a ser también los nuestros, los mejores de los nuestros a los que usamos en la desesperanza para luego volver a abandonarlos porque, al fin y al cabo, nunca aprendemos nada.

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