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Actualizado: 01 sep 2020 / 16:13 h.
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  • ¿Qué se entiende por unidad?

Cuando Pedro Sánchez llama a la unidad, ¿qué quiere decir, exactamente? Yo ya he vivido una unidad, se llamó Transición, Pactos de la Moncloa, y consistió, básicamente, en que se aceptaba una evidencia: estamos en un mundo de mercado, Europa y Estados Unidos marcaban la pauta de lo que querían para la España postfranquista, por tanto, nada de aventuras presuntamente revolucionarias.

El PSOE primero jugaba a ser de izquierdas -aún se definía como marxista- pero poco a poco asentó la cabeza -que no es agacharla- y se sumó al proyecto. Santiago Carrillo sacrificó al PCE tras haber sido el único partido fuerte que, desde la clandestinidad, había inquietado al franquismo. En lo externo, aceptó la monarquía, el himno, la bandera, la constitución del 78 más adelante. En el interior, liquidó las células de militantes que se agrupaban por profesiones y en su lugar colocó las agrupaciones de barrio y de pueblos, todos juntos y revueltos, con un resultado catastrófico porque, aunque varias personas se consideren comunistas, no por eso sus intereses van a ser exactamente los mismos. Luego empezó el coqueteo con el PSOE y adiós PCE. El PSOE abandonó el marxismo y el PCE el leninismo, Carrillo lo anunció nada menos que desde EEUU.

Por su parte, las fuerzas de derecha les dijeron a los políticos franquistas que se hicieran el harakiri si querían que cambiara todo para que todo siguiera igual; el general Gutiérrez Mellado se encargó de aplacar el ruido de sables todo lo que pudo -los militares, como regla genérica, eran franquistas- y el cardenal Tarancón fue el encargado por la Iglesia para que lavara la cara de una institución que había llevado a Franco bajo palio y que nos hacía rezar en las misas: “te rogamos, Señor, por nuestro caudillo Francisco”.

Todo se llevó a cabo desde las alturas y cuando el arreglo estaba hecho -un paño caliente para la ocasión que nunca se renovó por otro nuevo- se le dijo a la gente algo que ya anidaba en las mentes de los ciudadanos: ¡Ea!, ya pueden ustedes votar. Miren, la izquierda de Carrillo y Felipe nos puede llevar a otra guerra civil, algo parecido puede suceder con la Alianza Popular de Fraga (hoy PP) y no digamos con Fuerza Nueva, de Blas Piñar (antecedente de Vox). Por tanto, como ya dijera Aristóteles, en el centro está la virtud, voten Unión de Centro Democrático (UCD) con Adolfo Suárez, un señor que, aunque procedía del mismo franquismo, era poco conocido y además daba bien en pantalla y tenía labia y carisma. Y la mayoría de los españoles obedecieron.

Desde entonces, hasta hoy. Sustancialmente, España nunca se ha librado del todo no ya del franquismo sino de la mentalidad del Viejo Régimen, el que fue siendo sustituido -bueno, no absolutamente- desde el siglo XVII al XXI por las revoluciones inglesa, francesa, estadounidense y por las revoluciones industriales y tecnológicas. Y, a pesar de todo, este es un país grande donde sus habitantes se sumaron al mundo actual en pocos años, hasta el extremo de que somos punta de lanza en movimientos de renovación de mentalidades y derechos, envidiados por países occidentales o no.

¿Qué se debe hacer ahora? En la Transición no teníamos virus con sus desastrosas consecuencias socioeconómicas, seguimos siendo un país de órbita occidental, mucho más que antes porque ya no hay comunismo en el mundo -aunque se le siga utilizando como al hombre del saco-, y pertenecemos a la UE, a la OTAN y a la OMC. Lo siento por la utopía comunista pero lo que toca ahora es un gobierno de concentración nacional PSOE-PP con el apoyo crítico de Ciudadanos y de Podemos, si es que no quieren estar en ese gobierno. Sí, es un riesgo enorme para la izquierda -otra vez- pero es lo que hay que hacer. Porque el Poder en España se llama Ibex y sus aliados mundiales y ese Poder no quiere a un Sánchez vestido de falso marxismo ni a un Iglesias que no se entera de que su revolución debe dejarla para otros tiempos y que además no se puede hacer desde un chalet de lujo porque entonces que haría si tuviera el poder.

A su vez, ese Poder del Ibex, o comprende que debe acabarse el neoliberalismo salvaje que nos va a llevar a todos a un gran conflicto mundial -ya hay brotes por todas partes- o tendremos que enfrentarnos a él con consecuencias devastadoras porque no pueden continuar empobreciéndose las clases medias y los jóvenes no pueden seguir sin futuro. Y la Iglesia tendrá alguna vez que mojarse las posaderas y dejar de predicar para dar trigo, deberá decirle a ese Poder del Ibex y sus aliados -del que, seamos claros, forma parte, ése es su gran problema- que se acuerde de los principios cristianos que inspiran la teoría liberal, al tiempo que la propia Iglesia deberá echarle una ojeada al Evangelio.

En mi opinión, claro, esto es lo que se debe hacer. Pero no se va a hacer porque no se tiene la valentía de mirarse al espejo y hay gente demasiado débil como para demostrar fortaleza interior renunciando a prebendas que, comparadas con la conservación de una especie y de un país, son simples baratijas.

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