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Actualizado: 14 jun 2018 / 00:06 h.
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Es fino el hilo que separa la atracción de la repulsión. La llegada de la salida. La puerta abierta o el abandono de un cargo. Tan sólo un efecto contrario, una mala jugada, un desliz, más si son varios, hacen falta para que el cargo pueda con la persona. Por eso es importante mantener intacto el sentido de la responsabilidad, y la cabeza fria cuando lleguen los contratiempos provocados. Es lo que conlleva acceder a un puesto de representación, que a menudo se encuentra rodeado de ruido externo.

Un cargo merece respeto, por parte de todos. Es sabido que en ocasiones lo que ciega es la medalla, la vara, o la chaqueta y la corbata, y no se pone en valor lo que significa ser elegido para estar al frente de un colectivo. Y llega la manipulación, para poner el acento en lo innecesario y causar un daño desproporcionado, trastocando un órgano que pone en juego la cultura, la devoción y el discrurrir de la vida de una ciudad.

Las maniobras hirientes contra las cabezas de turco están a la orden del día. No es una sensación de pesadez, es que se suceden las elecciones. Los mandos van pasando de manos y al final los culpables somos todos. El respeto que se exige también hay que ganarlo. Aún conscientes de lo que ocurre alrededor, no hay voluntad para cambiar esa forma insultante de degradar asuntos que requieren formalidad, y de desmerecer a instituciones que parecen resentirse en su oficialidad.

En el mundo paralelo de los revuelos y las habladurías, los cargos, cada vez más, pierden la percepción de seriedad. Se cuenta, se filtra, se manipula y se desvanecen las razones. Se pierde la dignidad, tanto por parte del difamado como del que se empeña en difamar. Las intenciones se pueden reconocer de manera cada vez más evidente. Cobran relevancia aspectos privados que hieren los estamentos, convertidos en grandes espectáculos, con pintorescos personajes en esperpénticos escenarios. Y con este panorama, habrá que averiguar la fórmula de pedir el respeto en esta vorágine sin señales de empatía, y con la peor de las reciprocidades. El caos habitual cada vez está menos organizado.

Se abre la puerta y sale a la luz en complejo engranaje que esconde el intramundo de los puestos de responsabilidad, que se presuponen serios. Se observa cómo las distintas personalidades van pasando por el asiento. Cuando interesa, se finge lealtad. En el caso opuesto, se convierte la historia en una novela de miedo, o de salsa rosa.

Estos días se ha cerrado un asunto por la vía más rápida. Se pone fin al mandato para no alimentar el hambre de comidilla que de otro lado destrozaba la imagen de un organismo que debe estar a la altura de Sevilla. Las tareas del presidente se han complicado en el tiempo y no tardan las aves en acudir a la carroña sin miramientos, hurgando en la llaga.

Hay maneras de cambiar las cosas sin olvidarse del respeto. Es tremendo el descontrol colectivo que genera el caramelo de un poder individual. Las intenciones se reducen a una buena zona de confort, el amiguismo y los más profundos intereses. En este juego de cargos, la mayor parte de los valores se dan por perdidos. Y así se descuidan el compromiso y se descuidan los cometidos. Culpable es quien no comulga con los valores del puesto y también el que airea intimidades e injurias para destronarlo de éste. Estar a la altura es función de todas las partes. Hay que exigir responsabilidad. Hay que practicar el respeto.

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