Image
Actualizado: 14 sep 2020 / 10:12 h.
Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado
  • Farruquito en su espectáculo ‘Desde mi ventana’. / Claudia Ruiz Caro
    Farruquito en su espectáculo ‘Desde mi ventana’. / Claudia Ruiz Caro

Voy a ser crítico de flamenco hasta que me muera, aunque ahora no ejerza la crítica de espectáculos en los teatros por motivos muy diversos. Hace tiempo que viene ocurriendo algo que me avergüenza como periodista especializado en flamenco y crítico desde hace cuarenta años. Me refiero a que en la Bienal aparezcan críticas a los diez minutos de acabar una obra, en ocasiones estrenos mundiales. Es imposible echar solo diez minutos en salir de un teatro, llegar a la redacción del periódico o a tu casa y escribir una crítica. Pero es que alguna vez he visto la crítica de un espectáculo publicada incluso quince minutos antes de que acabara. Esto tiene un nombre, que me callo por no liarla del todo.

Recuerdo que hace muchos años un conocido crítico, de los de renombre, hizo una estupenda y elogiosa crítica a la inauguración de la Bienal, que se tuvo que suspender porque, si no recuerdo mal, ardió parte del escenario o el cableado. Se inventó una apertura exitosa, porque ni siquiera fue. Esto era relativamente frecuente hace algunas décadas. “Éxito de Manuela Carrasco en Córdoba”. Y la bailaora de Triana no había ido por enfermedad, con parte médico aportado a la organización. Sin embargo, doña Matilde Coral, la maestra del baile sevillano, suele elogiar mucho aquella crítica, que le era favorable, y desdeñar la de ahora.

Todos podríamos dejar una crítica hecha sin ir al teatro, porque conocemos bien el repertorio de los cantaores. Se puede leer la sinopsis de una obra y mirar lo que va a hacer. Eso está al alcance de cualquiera, sin que tenga que tener mucha masa encefálica de la buena. ¿Pero qué hacemos con el arte, la espontaneidad, la improvisación, el alma y la emoción? Si no se cuenta eso, la crítica no existe o es una patraña. El crítico tiene que ir al teatro, sentarse en su butaca -a poder ser fresco, claro-, disfrutar del espectáculo y luego contar lo que ha pasado, cómo lo ha vivido, qué emociones ha experimentado, cuántos espasmos ha tenido y cuántas veces ha llorado de la emoción.

He visto a críticos sentados en sus butacas, en los teatros, sin levantar la cabeza durante todo el espectáculo porque estaban escribiendo la crítica o crónica en un móvil. Por eso la cuelgan en la web del diario o la revista diez minutos antes de acabar. No tiene otra explicación. ¿En esto vamos a convertir el noble arte de la crítica teatral, flamenca o del género que sea? Una crítica puede salir al día siguiente porque quien sigue a un crítico, porque le gusta, la va a leer seguro la publiquen cuando la publiquen. La inmediatez de una noticia es importante. La de la crítica, sinceramente, no lo es tanto.

El crítico también tiene que saber y no siempre se cumple con este requisito indispensable. Evidentemente no voy a señalar a nadie, allá cada cual con su conciencia y cada medio con su ética o desvergüenza. No se puede uno poner a hacer críticas por tener entrada gratis en la Bienal, aunque no sepa ni una papa de flamenco. Se puede dar el pego, intentar demostrar que se chanela, pero el artista es el primero que se da cuenta de lo poco que saben los osados que se tiran a la piscina sin salvavidas hablando de cómo cruzaba tal o cual cantaor las seguiriyas de Tío José de Paula con las de Paco la Luz.

La verdadera crítica flamenca ha muerto. Quedan dos o tres maestros de este arte, o menos, que acabarán por irse asqueados. Ya se fueron algunos que escribían maravillosamente. Recemos un padrenuestro.