Suelo escribir sobre lo que vemos en la televisión aunque me centro en los realities, en lo cutre, en la casquería sentimental y en la infamia que suponen horas de emisión de vacío. Pero la televisión es algo más que eso; afortunadamente, la televisión es mucho más que la basura a la que nos tienen acostumbrados.
Veo con enorme emoción cómo cientos de voluntarios trabajan sin descanso en Turquía (muy pocos en Siria). Veo cómo los equipos de rescate formados por los bomberos y por los militares destinados en la UME salvan vidas de niños, adultos y ancianos. Veo cómo el ser humano, si olvida lo material, es capaz de crecer para convertirse en un ser con vocación de gigante, de eternidad y de infinito.
Pocas mujeres forman los dispositivos enviados desde España y eso hay que remediarlo. Hace unos días, mi mujer que es india de la India como yo mismo, defendía que las mujeres deben tener acceso a trabajos considerados exclusivos para hombres. Por ejemplo, una mujer bombero hablando con un niño sepultado entre los escombros de un edificio, con un tono de voz maternal, llamando cariño a esa personita que está muerta de miedo, alargando el brazo para rozarle con el cariño de una mujer, puede ser de tanta ayuda como la destreza y fuerza de un hombre que mueve cientos de kilos de hormigón con sus propias manos en tiempo récord. Sea como sea, el orgullo que me hacen sentir esos hombres y mujeres no se puede describir sin dejar de señalar cosas esenciales.
He cambiado a los famosillos de medio pelo, los escándalos bochornosos y el relato de una decadencia repugnante, por la luz que desprenden las pantallas al llenarse de bondad, de empatía, de solidaridad y de amor a la vida.