Image
Actualizado: 26 ene 2021 / 09:42 h.
Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado
  • La residencia La Alegría, en Carmona, una de las que ha sido clausurada por la Junta de Andalucía. / EFE
    La residencia La Alegría, en Carmona, una de las que ha sido clausurada por la Junta de Andalucía. / EFE

Poco se ha hablado de un capítulo más de esta vergonzosa modernidad que vivimos, de la que tanto presumimos, y que consiste en una pérdida de valores preocupantes que nos acerca a una decadencia absoluta de nuestra civilización. Sí, la decadencia de Occidente es evidente y hace muchas decenas de años que está en marcha. Muestra de ello en la falta de respeto, el enorme descuido con el que estamos tratando a nuestros mayores.

La Junta de Andalucía ha ordenado, hace unos días, el cierre cautelar de dos residencias de mayores. Parece ser que una tercera correrá la misma suerte. Son centros privados sin plazas concertadas con la Administración. Se trata de la Residencia Orellana (conocida como ‘La Alegría’) en Carmona y de la Residencia San Lorenzo en Alcalá de Guadaira.

Según los testigos, las sábanas de las camas en las que duermen los ancianos están, generalmente, empapadas de orina y no se cambian en toda la noche; no hay agua caliente para asear a los residentes; hay una notable falta de higiene en las instalaciones; los retretes suelen estar averiados y no se reparan; los viejitos duermen con la ropa puesta; bolsas de basura rellenas de papel sirven de almohada... Si añadimos la posibilidad de traslados de residentes de forma irregular en plena pandemia, un absoluto descontrol en las medicaciones personales o la falsedad de certificados médicos, el cuadro es desolador.

El trato a los mayores en esas residencias es bochornoso y vejatorio. Si se demuestra que, efectivamente, todas las acusaciones son ciertas, los titulares y gestores de esos geriátricos deberían quedar inhabilitados para ejercen cualquier trabajo que tuviera que ver con los mayores. Y, por supuesto, deberían conocer lo que significa eso que tanto decimos del peso de la ley.

Ya está bien de asistir a espectáculos como este cada cierto tiempo sin pedir explicaciones y penas máximas para los culpables.

No tener respeto a nuestros mayores, no tener claro que estamos aquí gracias a ellos o no rendirnos ante el cetro de la experiencia y la sabiduría que otorga el tiempo, nos convierte en animales. Tal vez algunas especies tratan con más mimo que nosotros a los más viejos.

Del mismo modo que un colegio no puede convertirse en un negocio y abandonar el proyecto educativo porque deja de ser un colegio; una residencia no puede permitirse el lujo de cambiar para convertirse en una máquina de hacer dinero. Los niños y los ancianos quedan convertidos en objetos. Y eso no puede ser. Debemos cuidar de ellos y no abandonarlos a su suerte.

¿Recuerda usted cuando le decía a sus padres que le daban una comida espantosa en el comedor del colegio y no le creían? Pues ahora ellos pueden estar pasando por el mismo trance. Indefensos y asustados. Escuchemos y actuemos. De otro modo estaremos perdiendo nuestra condición para siempre.