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Actualizado: 28 ago 2015 / 21:54 h.
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Machado dejó a Sanlúcar en sus poemas; «sobre la limpia arena, en el tartesio llano, por donde acaba España y sigue el mar». Encontró Don Antonio cómo describir con palabras el bello escenario del ocaso de un sol que se bate en retirada por Doñana. Las puestas de sol en Sanlúcar son más que puestas de sol, como Sanlúcar es más que una localidad, concebida entre Tartessos, el Luciferi Fanum, Ébora y la fenicia diosa de la Algaida; Astarté. Más cerca del Lago Ligustino, origen de tantas cosas, que de la efímera realidad de su adormecedora bajamar. Sanlúcar por ello es especial, y en estas últimas tardes de agosto además, se viste de acuarela de Laffón para recibir, con el vaivén de las barquillas mirando hacia la Jara, el segundo ciclo de carreras de caballos como una de las escenas más espectaculares que se pueden disfrutar en esta Andalucía tan plural, tan variopinta y tan poderosa.

Un río que ya quiere ser mar, y un mar que quizás quiera volver a ser río, ofrecen su orilla izquierda, que enlaza a Bajo de Guía con Las Piletas, para que los caballos corran con el atardecer de fondo más hermoso. Caballos cabalgando a contraluz, entre el Guadalquivir y la mar ya casi océana, entre la algarabía de casetas de apuestas de chiquillos y bajo el característico olor a Sanlúcar; salitre y manzanilla en rama.

Sanlúcar podría ser el paraíso, y lo es. Los círculos concéntricos que Platón describió de la buscada Atlantis llenan de plata la quietud de un mar que nunca se alborota, salvo cuando los caballos la sorprenden adormecida.