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Actualizado: 02 jun 2022 / 09:27 h.
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  • Gracia Montes. / Ayto Lora del Río
    Gracia Montes. / Ayto Lora del Río

Llevaba dos días esperando el fatal desenlace, que su sobrina Gracia Cabrera me diera la noticia de su muerte, la de una de las mejores artistas de la copla, Gracia Montes, de la localidad sevillana de Lora del Río, donde van a descansar sus restos. Tenía 86 años y llevaba ya tiempo muy mal de salud y apartada de todo lo que tenía que ver con el arte. Durante años hablamos mucho por teléfono no solo de la copla, que fue su vida. Era una mujer con la que se podía hablar de todo. Por cierto, de una amabilidad extraordinaria. Cantó una noche en el Lope de Vega de Sevilla y me fui a verla para escribir la crítica en El Correo. Fue a finales de los ochenta y no la había visto nunca de cerca. Salió tan elegante como siempre, guapa de marear, deslumbrante, y cuando comenzó cantar Maruja limón, una de sus canciones más emblemáticas, creí que se me iba a parar la respiración. En mi vida me había llegado tanto una artista sobre un escenario. Cuando se publicó la crítica, la artista de Lora me llamó para darme las gracias no por ella, sino por su padre, que ya no vivía. “He llorado esta mañana, porque mi padre luchó mucho para que alguien un día me pudiera decir cosas tan bonitas”. La comparé con una canariera de la Alfalfa, y lo era. Tenía en la garganta al Niño de Marchena y a la Niña de los Peines juntos, dos de sus artistas preferidos del cante. Si Chacón partía un tono en cuatro, según Gayarre, Gracia lo convertía en fuegos artificiales. Jamás una voz tuvo tantos melismas, tantos detalles. Por eso enamoró a Pastora Pavón y a Enrique Morente, quien me dijo un día en Triana: “Tenía la Ópera Flamenca en la garganta”. Pues esta gran dama de la copla, que también cantó flamenco, se fue esta mañana al amanecer buscando el eco del Niño de la Huerta, la armonía vocal de Marchena y el temple de Pastora. Se fue la revolución de la copla de los años cincuenta, la elegancia sobre un escenario, el arte del gesto, la finura, el don. Una mujer de bandera que amaba el cante melódico de Vallejo, pero también el desgarro gitano de Fernanda y Bernarda de Utrera, que la adoraban. La copla o canción española no solo se tiene que vestir hoy de luto por esta pérdida, sino de gala para despedirla como Dios manda. Será enterrada en Lora del Río, su pueblo, donde los jilgueros llevaban días presintiendo su muerte. Descanse en paz, señora, buen viaje.

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