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Actualizado: 24 may 2022 / 04:00 h.
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  • El zapato perdido y solitario. / Ramón Reig, El Correo.
    El zapato perdido y solitario. / Ramón Reig, El Correo.

Hace ya unos días salí de mi casa y había un zapato de mujer, no en la misma puerta sino recostado en el borde de la acera, sobre el asfalto de la calle. Mi calle es estrecha y tranquilísima, deben pasar diez coches al día de media. Una maravilla porque, no sé si lo han notado, pero a mí es que la gente no suele gustarme, soy un misántropo por convencimiento, luego no padezco fobia social sino misantropía consciente, debe ser porque me he llevado toda la vida de relaciones sociales que no me han parecido muy productivas y menos en Sevilla que tiene muy mal rollo, sus tradiciones y una parte de su mentalidad son tan estáticas como entrañables y válidas para el negocio turístico y el cabildeo.

Si no les ha echado para atrás el anterior párrafo les diré que el zapato es negro, de tacón fino, elegante, el tacón es casi de aguja “como el de Maruja”, la esposa a la que le canta Joaquín Sabina y eso a pesar de que le puso la cornamenta utilizando esa liberación femenina que va a transformar el mundo, sin duda. No sé si será de una Maruja sabiniana o de otra mujer, de un o una trans o alguna de esas otras personas de la amplia clasificación sexual en la que hoy se divide el homo sapiens sapiens y la homa sapiens sapiens. El caso es que le he hecho una foto con la que he dicho que ilustren esta columna y si alguien lo reconoce como propio no tiene más que venir a recogerlo. Razón, en este mismo diario.

Eso sí, debe darse prisa quien sea ya que lo he recogido del suelo y lo he colocado sobre el zócalo de mi fachada, ahí, bien visible, como gesto de solidaridad. Le he dicho al artilugio: “Levántate y anda”. Mas ni se ha levantado ni ha andado, de manera que he procedido yo en su lugar, que lo tiene que hacer uno todo. Ahí está, por ahora, nadie lo quiere, nadie lo demanda, ni una Cenicienta ni un Ceniciento lo han reclamado. El pobre zapato aguanta como puede las olas de calor y las miradas de los escasos viandantes que, por fortuna, transitan por la rúa estrecha y corta en la que habito, sólo tres portales hay, tres vecinos y encima la vecina de al lado no me habla, ella sabrá por qué, creo que pensó un día que le tiré los tejos y no le gustó. No era verdad, yo no tiro tejos, los deposito con suavidad en las mentes más ilustradas y no era el caso. En esta ocasión estaba ante una mente no ya ilustrada sino genial y eso no es tolerable para un machista como yo.

Una vez iba en taxi no sé si por Madrid, por Barcelona o por Santander, sí, creo que era por Santander. Agarré el taxi en el Paseo del Sardinero y el taxista me iba contando que tenía en su casa una especie de oficina de objetos perdidos. Me lo dijo porque al abrir el maletero para meter mi bagaje vi que había un patinete dentro que era de un joven que se lo había dejado allí. Se supone que en cuanto llegara a casa o durmiera se daría cuenta pero el conductor me contó que en su casa guardaba otros muchos objetos desde hacía meses, entre ellos, ¡un zapato de mujer! Era un zapato también elegante, como el mío, un zapato nocturno puesto que el chófer lo halló tras su jornada nocturna. Sospechaba el mozo que alguna señora, tras una noche que empezaba a ser loca o que había sido loca, se metió en el taxi y se quitó los zapatos o el zapato para aliviar los pies porque ya he dicho otras veces que la felicidad está en los pies, como afirmaba el anuncio de mis tiempos de Bálsamo Oriental. Allí se quedó el zapato, acaso su propietaria fuera partidaria de Irene Montero y le hizo los honores a la ministra llegando a su casa sin zapatos y borracha. El taxista tenía orden de arriba de no tirar nada en no sé cuánto tiempo. Y así formó su oficina de objetos perdidos y hallados en el taxi.

Ignoro qué habrá sido de la dueña de mi zapato (bueno, de su zapato), el asunto es que por el momento el adminículo en cuestión parece haberme cogido cariño y está a gustito en el pequeño pretil del zócalo de mi vivienda. Rectifico: de la vivienda de Ana Patricia Botín que ha tenido la amabilidad de prestármela en eso que llaman propiedad hipotecaria mientras vayas pagando una mensualidad que ahora habrá subido con el Euribor ése, ya era hora, me estaba dando pena de los bancos, incluso se me pasó por la cocorota reclamar el Ingreso Mínimo Vital para ellos. Sí lo voy a pedir para mi zapato si sigue ahí que comprendo que siga. Adónde va a ir el pobre en un mundo como éste, como no se largue y haga él solo el Camino de Santiago...

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