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Actualizado: 27 nov 2021 / 04:00 h.
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  • Sentido colectivo y un BMR en Cádiz

En esta sociedad propia de la distracción y lo efímero frente a la necesidad del análisis certero y objetivo en los temas clave, hemos asistido en estos días a las manifestaciones de los trabajadores del metal en Cádiz, en el marco de una situación de grave crisis del sector que a mi entender han generado unas justas reivindicaciones salariales y en aras de la estabilización del empleo, en una provincia con las tasas más altas de paro, el cierre reciente de instalaciones industriales como Airbus de Puerto Real o -sin que haya que obviarlo- la implementación peligrosísima de un narcotráfico instalado sin pudor, lo que en conjunto dificulta el remonte y mejora de la economía local así como de las condiciones de bienestar público.

La plaza gaditana es cuna de ideales colectivos y las gastan duras cuanto toca ventolera...con las bombas que tiran los fanfarrones, decía el estribillo. La memoria viva me recuerda tiempos en los que los sectores mineros, siderúrgicos o los astilleros la montaba y la patronal la temía. Gente curtida con conciencia de clase y sindicatos que no se amilanaban al plantear objetivos. Hoy mientras la derecha honra religiosamente pero “por descuido” a sus tiranos próximos y cuestiona el derecho a huelga por “dar mala imagen”, el erial político provoca paradojas en gobiernos de coalición imposible e izquierda convulsa que se hacen la pisha un lío entre intervenir o no intervenir, y he ahí la cuestión o disyuntiva entre socios que no hace mucho tiempo se ponían a caer de un burro. Para complicar la ecuación la alcaldía de la ciudad toma posición y megáfono o como guinda moral de este pastelazo, la ultraderecha se permite sacar pecho por los trabajadores, siguiendo la estela de regímenes pretéritos que buscaban el voto entre sectores humildes, que jartitos de idiotez generalizada, bien pudieran recaer en la sintonía de la voz simplista.

Volviendo a la senda inicial, estábamos en el grado de contundencia o violencia real que las causas justas pueden ejercer como último recurso de presión, y por otro lado en el nivel de orden y paz social para toda la ciudadanía, tarea de la que se encargan unas Fuerzas de Seguridad del Estado a las órdenes de un gobierno nacional que es teórica y democráticamente elegido. Pues bien, la decisión del Ministerio del Interior implicó el uso de las Unidades de Intervención Policial (UIP) en sus furgonetas que tienen en dotación, pero además llevó al despliegue de un tipo de vehículo que se ha convertido en objeto de atención y análisis diversos en lo político y lo periodístico, si bien en la mayoría de los casos con unos enfoques más bien profanos, ligeros de vocabulario o de tergiversada intencionalidad alarmista. No siendo baladí la cuestión, expliquemos y aclaremos en detalle el objeto y uso del mismo, que no es otro que un BMR-600 (Blindado Medio sobre Ruedas), popular y erróneamente calificado de “tanqueta”.

Primero de todo hay que entender que a veces un vehículo o aeronave se convierte en elemento simbólico o histórico-ideológico casi sin quererlo. Por ejemplificar para bien, recientemente comentaba el prestigio adquirido por el avión de transporte A400M del Ejército del Aire en la evacuación de Kabul, o hasta el más lego en la materia sabrá que el caza Spitfire y el Hurricane se convirtieron en máquinas heroicas de la ingeniería aeronáutica británica en la resistencia al agresor germano en la Segunda Guerra Mundial. Si por el contrario hubiera que aportar un antónimo a los anteriores, confróntese la imagen icónicamente opresiva de un carro de combate Tipo 59 chino frente a un anónimo resistente en la plaza de Tiananmén allá por 1989. Más cercano y en nuestro imaginario común, tanqueta recuerda a tanque...la expresión “tanques en la calle” remite a golpe de estado...y golpe de estado a un no muy lejano 23-F con los carros de combate (es el nombre correcto en español), de la División Maestrazgo a las órdenes del capitán general Jaime Milans del Bosch, generando pavoroso pánico por las calles de Valencia.

El BMR de la policía nacional (hay 2 unidades), es mucho más simplificado en su concepción y utilidad actual que el diseñado en origen para el ejército de tierra español y los países que lo adquirieron. El modelo militar ha sido durante décadas el caballo de batalla para transportar infantería en todos los escenarios internacionales de nuestras Fuerzas Armadas hasta que por obsolescencia en blindaje, armamento y equipamiento deja su sitio al nuevo vehículo Dragón 8x8 que actualmente está en fase de desarrollo. Las variantes militares que quedan en activo llevan lanzafumígenos, una protección suplementaria respecto al de la UIP, y -dependiendo de la versión- una ametralladora M2 de 12.7 mm en un montaje externo de control remoto, que evidentemente no tiene la policial. Además de pintados de blanco y con las siglas UN en Líbano o los Balcanes, los hemos visto hace poco desplegados en verde oliva reglamentario, dentro de las unidades acantonadas en Ceuta tras los incidentes en la frontera con Marruecos...sin que hubieran demasiados aspavientos.

La respuesta a la utilidad de estos blindados en situaciones de orden público puede resultar intimidatoria a primera vista –que lo es- pero responde esencialmente a su capacidad para soportar objetos contundentes y a la pala empujadora que pueden llevar en el frontal para despejar barricadas, no hay más. Les invito a buscar imágenes sobre impactos de rodamientos en parabrisas o estiletes generosos en la chapa y ruedas de los furgones de uso habitual (Mercedes-Benz Sprinter), y podrá comprobarse que dependiendo de la amenaza que se espere, deberá utilizarse según qué defensas.

En este sentido y en determinados acontecimientos potencialmente violentos como ciertos encuentros deportivos, sí que se han dispuesto los BMR como visibilidad o dispositivo de fuerza. Sin embargo y entrando en la polémica comparativa, tanto aquellos como el también estigmatizado “botijo” (un camión Iveco Trakker 410 para la proyección de agua como dispersión) no fueron autorizados a su empleo en Cataluña durante los gravísimos acontecimientos de otoño de 2019, situación de auténtica batalla campal y vandalismo generalizado con heridos graves, incluyendo el destrozo de los Nissan Patrol de la Guardia Civil. Aunque en ese caso creo que hubiera sido justificado su uso, claramente fue una lamentable decisión política relacionada con los pactos y equilibrios entre gobierno central y autonómico. En definitiva, si yo fuera un obrero del metal, efectivamente podría pensar que hay varas de medir distintas, por no hablar de la justicia social en un caso y la extorsión independentista en otro.

No quiero despedirme sin hacer mención a otro factor psicológico que no solemos apreciar en estos casos. Me refiero al color azul que ostentan vehículos y uniformidad de la Policía Nacional. Fue una directriz europea la que decidió fomentar la generalización de este color entre el ámbito policial internacional frente a otros tonos más belicosos y a pasar páginas de tiempos oscuros. En España los “grises” y luego los “maderos” dieron paso a una modernización afortunada de las fuerzas de seguridad que además del factor ético y operativo implicaban también lo estético y visible. Lamentablemente su desempeño no ha estado exento de sombras recientes durante actuaciones frente a masa civil en los ciclos de protestas sociales del 2011 al 2015 (15M, Marchas de la Dignidad, etc.). Quiero pensar que detrás de cada agente hay un ciudadano que piensa primero en sus semejantes y que la mentalidad de sus componentes ha dejado muy atrás nostalgias lúgubres para centrarse en la justicia, el bienestar y la defensa del pueblo como bien supremo.