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Actualizado: 20 may 2016 / 22:59 h.
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Resulta difícil para algunos ser imparcial en esta Sevilla tan bipolar. Se suele tirar a un lado u a otro de una manera casi impuesta en el código genético de esta ciudad de polos opuestos que siempre se atraen, ya sea en Cuaresma, en toros, en fútbol o sea en lo que sea.

Los sevillistas andan con una euforia desatada y merecida que a muchos béticos les cuesta trabajo asimilar, algo que hay que sobrellevar sabiendo ser rival, exhibiendo con señorío los triunfos y soportando con honor las derrotas, ya sean propias o ajenas. El día de resaca post-Basilea por las calles de esta ciudad se adivinaba en los ojos de sus habitantes de qué color le latía el corazón a cada uno. Para esa tesitura cuesta estar preparado, sabiendo ganar o perder, catecismo del verdadero campeón. La guasa siempre existirá, así como las sinceras felicitaciones y los sentidos lamentos de aquellos rivales más íntimos siempre con la boca chica o en petí comité. Ningún bético se alegrará como lo hace un sevillista de los logros de su equipo y viceversa, aunque tengamos cerca a personas cuya felicidad sea la nuestra, en todos los sentidos. Es en esos momentos cuando hay que saber ser rival. No se es más de un equipo felicitando a los cuatro vientos al contrario por el logro conseguido o lamentando sus derrotas. Ojana; hipocresía a las sevillanas maneras. Uno tiene su corazón vestido del color que siente, donde la grandeza se mide en respeto, ya sea en los laureles del éxito o en su otra vertiente contraria, algo que en esta Sevilla dual se lleva tiñendo demasiados años ya, del mismo color.

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