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Actualizado: 20 jun 2017 / 11:59 h.
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Si ya es difícil no estar dotado para interpretar el flamenco más genuino aun habiendo nacido en el barrio de Santiago de Jerez, en la Cava de los Gitanos de Triana o en el Sacromonte granadino, ¿cómo les irá a quienes reciben clases por Skype o se apuntan a un curso de tres horas? El gran Chano Lobato llamaba a esto mangar, que en la más pura cantelogía gaditana significa buscarse la vida, a lo que todo el mundo tiene derecho. Aquellos que siempre han dicho que el flamenco se lleva en la sangre y que no se aprende, que te lo tiene que pegar tu madre en la piel cuando te pare, se dedican ahora a mangar. En efecto, el flamenco se puede aprender y las academias son tan antiguas como este arte, pero luego se te nota que solo eres un empollón y aburres a las piedras. Hemos pasado de cantar con faltas de ortografía, como defendía Agujetas, a doctorados y master class por Skype. Así está el cante jondo, que no notas un pellizco ni en una pelea. Y al que pellizca le piden el currículo o lo examinan en los concursos unos señores que no saben si Antonio Frijones cantaba o vendía chícharos.

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