Que un sobre certificado y urgente haya tardado más de una semana en llegar desde San Juan de Aznalfarache hasta El Rubio, ambas localidades de la provincia de Sevilla, me sirve hoy como percha para hablar de la marginación del medio rural, tan cerca y tan lejos de las grandes ciudades en las que seguimos concentrando a la población cueste lo que cueste en dinero e infraestructuras.
El campo y la montaña no pueden seguir siendo las víctimas del desarrollo de las redes ferroviarias de alta velocidad y de las redes de autovías y autopistas. No debemos, ni podemos continuar manejando conceptos como ciudades inteligentes (smart cities), internet de las cosas y coches autónomos, si no garantizamos que las redes 4G, 5G y las que estén por venir cubran el cien por cien del territorio con la misma calidad de los grandes núcleos urbanos.
No se puede permitir que en pleno siglo XXI haya comarcas donde lo habitual sean los cortes en el suministro de energía eléctrica, mientras las montañas de los alrededores están coronadas por aerogeneradores que sirven para alimentar la creciente demanda de las ciudades y el Gobierno Central no deroga el impuesto al Sol para las energías renovables.
Cuando el debate del modelo territorial de España, puesto sobre la mesa por el supremacismo independentista catalán, oculta la injusta realidad de un Norte rico y un Sur pobre, hay que reivindicar la igualdad de oportunidades entre el campo y la ciudad.
Las prioridades deben estar claras para nuestra clase política. La convergencia con Europa debe pasar por la convergencia entre el medio rural y el urbano. El campo, como lo saben bien nuestros agricultores y ganaderos, es el primer perjudicado por el cambio climático y sus dramáticas consecuencias: sequía, falta de agua y pastos y pobreza.
El incremento de los costes de producción en el campo no puede ser la coartada para que los intermediarios y las grandes cadenas de distribución aumenten los precios de los alimentos de manera abusiva.