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Actualizado: 21 may 2019 / 17:09 h.
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  • El chef José Andrés en Sevilla. / Manuel Gómez
    El chef José Andrés en Sevilla. / Manuel Gómez

Tal vez el famoso cocinero José Andrés no tenga la repercusión mediática ni la envergadura económica ni la trayectoria empresarial de Amancio Ortega, pero nuestro chef asturiano ha demostrado tener dos huevos no solo cuando da consejos para aprender a freírlos o porque haya conseguido ya un cadena de restaurantes incluso en América, sino por su último gesto -más allá de esa televisión en la que se mueve como pez en el agua- con una trabajadora de la realidad real: Bonnie Kimball, empleada de un comedor escolar en New Hampshire (EEUU) hasta que ha sido despedida por no cobrarle un menú de ocho dólares (siete euros) a un estudiante que no podía pagar aquel día. José Andrés acaba de ofrecerle trabajo.

El chef español está dispuesto a que la ya exempleada del comedor escolar norteamericano se dedique a freír huevos o a despachar en uno de sus restaurantes, pero no ha soportado la tremenda injusticia de que a una trabajadora que se ha solidarizado con un chaval que no tenía para pagar lo que iba a comerse aquel día la mandaran a freír espárragos. José Andrés le ha ofrecido trabajo en serio, y públicamente, a través de las redes sociales, de modo que millones de personas en todo el mundo no solo están aplaudiéndole el gesto sino pidiéndole que admita también a las dos compañeras de Bonnie que, indignadas como el chef español, han tenido los ovarios suficientes como para mandar a freír espárragos ellas mismas a su jefe, que ya ha dejado de ser jefe de las tres.

El caso no solo llama la atención por la empatía de un cocinero español que ya nos caía simpático, sino por la constatación de que cada día nos crecen en este mundo cargos intermedios de medio pelo más papistas que el papa, recién graduados con muchos papeles a los que les falta sentido común, gente con mucha carrera que no ha dado jamás un paso al frente de la lógica, personal con brillante expediente que no sabe demostrarlo donde debe: en ese camino que solo se hace al andar, que dijo Machado.

Cuando nosotros íbamos al comedor universitario a almorzar por menos de cuatro euros, también llevábamos el dinero contado, de modo que a veces no teníamos para un postre de capricho porque nos habíamos tomado la tostada mañanera con café y no con agua, como solíamos. Recuerdo a una de aquellas empleadas que siempre nos guiñaba un ojo al sacarnos con su espumadera un plato más cargado de la cuenta. Nunca supimos su nombre, pero jamás olvidaremos su sonrisa de gente con la que conectas sin necesidad de hablar, de persona por encima de empleada, de trabajadora que iluminaba su jornada laboral con esa empatía que no terminan de aportar los másteres en una sociedad robotizada que genera un número bien medido de gilipolleces desparasitadas y en serie. Lo digo en serio.

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