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Actualizado: 28 jun 2020 / 16:45 h.
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  • Una bandera para los demás

Lo de la postmodernidad seguirá siendo una mentira de libro mientras a la realidad le sobre tanta caspa. Uno no se siente orgulloso de ser homosexual, lo mismo que no se siente orgulloso de ser heterosexual, moreno, andaluz o de este pueblo o del otro. Porque cada cual es como es, como lo han hecho o como no tiene más remedio. Siempre me acuerdo de la frase de Clarín: "Me nacieron en Zamora". Pues eso.

Lo que sí es para estar orgulloso es que cada día lo entienda así más gente en un país que generalmente no terminaba de comprenderlo. El orgullo es necesariamente colectivo. Y lo que da vergüenza ajena es que haya aún tantos que confunden ser gay y mostrar una bandera reivindicativa para poder decirlo con ser de izquierdas. A esta gente hay que darle una clase urgente de mundología porque, con lo viejos que son ya, corren el riesgo de no enterarse en lo que les queda de vida. Y eso que muchos tienen hijos, hermanos, cuñados o amigos gays. Pero no se enteran. Siguen empeñados en ver fantasmas donde ellos solo entrevieron oportunidades electorales. Siguen creyendo que la bandera del arcoíris es otra estrategia de la izquierda más para ganar votos, para hacerse los simpáticos, para apoderarse de otra causa más sin compromiso. Ya saben el refrán del ladrón.

El reto sigue estando en el lado de quienes ostentan con más razones que nadie esta bandera multicolor que no es tanto para ellos como para los demás. No son ellos, los homosexuales, los bisexuales, los trans, quienes están orgullosos de serlo, sino que al ondear esa bandera tan abierta a toda la gama de colores se enorgullecen de que los demás, los heterosexuales, la hagamos nuestra como hemos hecho nuestras otras luchas que no parecían ir con nosotros. Acuérdense de los versos del alemán Martin Niemöller que más tarde popularizaría Bertolt Brecht: “Primero se llevaron a los judíos, / pero a mí no me importó porque yo no lo era; luego arrestaron a los comunistas, / pero como yo no era comunista tampoco me importó; / más adelante, detuvieron a los obreros, pero como no era obrero, tampoco me importó; luego detuvieron a los estudiantes, pero como yo no era estudiante, tampoco me importó; finalmente detuvieron a los curas, pero como yo no era religioso, tampoco me importó. Ahora me llevan a mí, pero ya es tarde.”

Hubiera sido impensable hace solo una década que la Guardia Civil o la Policía, cualquier Ayuntamiento e incluso cualquier institución o empresa privada hiciera ondear la bandera del arcoíris de la que hasta se ha hecho un sello postal en sus edificios. Pero ya ven. El mundo cambia a pesar de tantos cacerolos. Y hay que seguir explicando -porque las generaciones se renuevan y los cacerolos siempre están al acecho- que nadie se siente orgulloso de ser andaluz, homosexual o hijo de sus padres, salvo los necios, sino de pertenecer a una sociedad que respete los gustos, las condiciones y las circunstancias de todos. Y en ese orgullo cabemos todos. O deberíamos.

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