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Actualizado: 05 mar 2023 / 06:00 h.
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  • Jaime Rodríguez
    Jaime Rodríguez

La Cuaresma es el tiempo de preparación del alma y de los sentidos para aprovechar de la mejor forma posible el efecto engrandecedor en nuestras vidas del Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Tienen mucho sentido las celebraciones pasionales que tan hermosamente prepara nuestra tierra. Son llamadas al espíritu a través de los golpes de belleza y de bondad que reciben nuestros sentidos en los desfiles procesionales que en poco tiempo ya sembrarán nuestras calles.

Sin embargo, no causarían efecto esas llamadas al alma, si previamente no la sometemos a un ejercicio de limpieza y adelgazamiento, de pilates, de todo lo que estorba, barriendo el hollín casi imperceptible que las fogatas del frío han ido dejando en las paredes del alma.

La reflexión a la que me someto descubre, casi sin darme cuenta, que hay que entrar en nuestro interior a saco, en zafarrancho, para que no nos quede duda de que espíritu queda limpio, como un cristal, para ver con claridad diáfana una la etapa de salvación en la que no se nos pase nada de nuestro compromiso por la bondad, por el amor y por la verdad. ¡Ay, la verdad!

No se puede resucitar, abrir un tiempo nuevo, enderezar un rumbo sin haber soltado el lastre, un lastre que cuando lo contemplemos nos lleve al arrepentimiento por nuestra dejadez, por dejar pasar situaciones que se encallan y nos malignizan. Los tiempos nuevos son siempre de esperanza, a pesar de que los tiempos que corren inviten a lo contrario. En nuestra mano está siempre un mundo, una España, una Sevilla mejor.

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