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Actualizado: 31 ene 2023 / 07:45 h.
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  • Una suegra viene a verme

Algo he leído sobre los sueños, por qué lo hacemos y qué significan cada uno de ellos. Hace dos noches soñé con una suegra, de las diez o doce que he tenido, que no me quiso conocer. No soñé con la hija, que sería lo más lógico, sino con la que pudo ser mi suegra, y se lo perdió. He querido mucho a los padres de mis parejas, sobre todo a los de dos, que lo fueron de verdad porque me casé con sus hijas. El sueño de hace dos noches fue dulce, y eso es lo que no me explico. Ni Freud se lo hubiera explicado. Estaba en el salón de una casa grande llena de macetas y tenía un terrible dolor en el cuello que se desplazaba de un hombro a otro. Alguien me puso su mano derecha sobre mi hombro derecho y al mirar para atrás la vi y no daba crédito. ¡Era ella, aquella mujer que se negó a conocerme, que no se quiso tomar nunca ni un café conmigo para saber mis intenciones con su hija, que es lo lógico! Que se ofreciera a darme un masaje para que se me aliviara el dolor de cuello me dejó algo turulato. “A lo mejor me quiere estrangular”, me dije, con la voz vibratoria. Pero no, comenzó a darme la friega en el cuello, con unas manos suaves y delicadas, como de bordadora, y me sentí enseguida bastante aliviado. Confieso que comencé a quererla, por su dulzura. Me miraba con cariño, como si fuera una madre, y era algo inexplicable porque jamás se dignó a mirarme a la cara. No le gustaba para su hija, y en eso una madre se equivoca pocas veces. Su hija, eso sí, es una joya y era perfectamente comprensible que quisiera para ella un príncipe o un rey y yo no soy monárquico. O un santo, y no tengo nada de religioso, solo la partida de bautismo. Soy un simple flamenco y creo que a ella no le gustaban mucho los del ¡arza y toma, pastillas de goma, que son para la tos! Si nos hubiésemos tomado un café a lo mejor hubiera cantado otro gallo, pero nunca pasó. Acabado el placentero masaje, el ladrido de una de mis perras me despertó y cuando quise volver al sueño para agradecerle el gesto, las caricias, su ternura, era ya imposible. Volví al salón lleno de macetas y ventanas por donde entraban tantos rayos de sol que parecía la Gloria, pero ya no estaba, se había ido. Y aquí me tienen, confuso, disgustado, porque no soy capaz de interpretar ese sueño: el reencuentro con una mujer que acudió a socorrerme, cuando hace años se empeñó en que no fuera el hombre más feliz del mundo. No sé qué mensaje me ha querido mandar el cerebro, tan juguetón a veces. ¡Manda cojones!

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