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Actualizado: 21 ene 2022 / 04:00 h.
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  • Ainhoa Armentia. / Raúl Terrel / Europa Press
    Ainhoa Armentia. / Raúl Terrel / Europa Press

Ya tenemos otra dosis de droga para nuestras mentes se supone que ociosas. Iñaqui Urdangarin va por ahí de la mano de otra que no es su señora oficial sino una plebeya. “La presunta infidelidad de Iñaki Urdangarin incendia las redes sociales”, leo por ahí por la Red que nos enreda. Las redes sociales no es que se incendien, es que no se apagan nunca a juzgar por lo que leo y me dicen porque yo sigo sin usarlas. Es el fuego eterno encendido por la curiosidad, el deseo patológico de comunicarse, la ambición, la crueldad, el anhelo de promocionar el conocimiento, la soledad y, en suma, el narcisismo, el postureo y la promoción del yo que todos llevamos dentro. La web de Telecinco titulaba ayer: “De Carmen Camí a la infanta Cristina: todas las ‘traiciones’ amorosas de Iñaki Urdangarin”. Ya tenemos al malo (el hombre) y a la víctima (la princesa destronada).

Carmen Camí era novia de Iñaqui cuando se enamoró de doña Cristina. He leído que la muchacha se enteró por la televisión de que su novio se iba a casar con Cristina cuando Camí estaba en el gimnasio. Todo muy de este tiempo, los líos amorosos, el imprescindible y necesario gimnasio nuestro de cada día dánosle hoy, corpore sano in mens vacua, ¡vaya cómo ha cambiado el cuento! De la España ordenada de Franco a la ácrata de hoy, lo cual demuestra que la cabra tira al monte y que el humano, aunque lo vistan de fascista, humano se queda porque él no se viste, lo visten en un momento en que se siente desnudo para desnudarse él de nuevo cuando está calentito. De aquellas películas donde se ensalzaba a la familia, la procreación y la unión en las costumbres de orden que incluían el reparto de papeles hombre-mujer-hijos a este desbarajuste donde hasta los que creen haber educado bien a sus vástagos acaban por preguntarse en qué hemos fallado.

La Casa Real no ha escapado al fenómeno, antes bien, lo ha encabezado, es una Casa Real de vanguardia, justo lo que no les gusta a los monárquicos. Los más ortodoxos nunca aprobaron la presencia de plebeyos en la familia coronada y yo tampoco que no soy monárquico. ¿Por qué? Comprendo que la realeza se quiera adaptar a unos tiempos que ya no son los suyos desde hace la tira de años, pero para millones de seres humanos aún representa un mito de orden, ecuanimidad, esplendor, el esplendor que la inmensa mayoría quisiera para sí, a casi nadie le gusta la vista de la miseria y de los pobres, empezando por los mismos pobres. No hay que arrebatarles a los fieles de los reyes el mito, el cuento, sentando plebeyos en sus mesas.

Tenemos un rey emérito muy atraído por el sexo opuesto y dos princesas eméritas -el título se lo otorgo yo- cuyos matrimonios han hecho aguas. Siempre que voy a una boda con demasiado poderío me pregunto si aquello será cual una falla de Valencia, tanto dinero para separarse después. La España aquella de “hasta que la muerte os separe” se ha acabado, se impone la variedad de vivencias. Aquellas bodas reales, la una en Sevilla con Pilar Miró de realizadora y la otra en Barcelona, han hecho aguas, si bien nos han dejado a unos querubines hermosos, rubitos y con ojos claros, como mandan los cánones de belleza europea y gringa. Ahora a ver si nos duran Felipe y Letizia porque el enlace del emérito también falló, cualquiera le coloca un lazo a don Juan Carlos.

La antropología discute a veces si los humanos somos monógamos o polígamos. Polígamos, somos polígamos, él y ella. La mujer desde siempre ha aspirado a que la deje encinta el varón más fuerte, por regla general. El varón ya sabemos lo que suele buscar. “Yo soy monógamo de iure y polígamo de deseo”, decía un colega periodista. Y otro: “Tengo dos tipos de moral: una de cintura para arriba y otra de cintura para abajo”. Lo que sucede es que luego hemos inventado algo que se llama cultura, valores, y hemos sublimado el deseo, los instintos, el ello, que decía Freud. Además, nos cansamos, atravesamos distintas fases en nuestra vida y eso tal vez anule conservar a la misma persona hasta la muerte, yo qué sé, lo que sí sé es que esto de Urdangarin nos va a servir de evasión y tal vez de envidia. Por muy reales que sean esas personas, a todas les abandona el desodorante alguna vez en la vida. Son humanos.

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