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Actualizado: 29 jul 2021 / 07:53 h.
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  • Captura del vídeo de la agresión a un joven en el País Vasco.
    Captura del vídeo de la agresión a un joven en el País Vasco.

He soñado esta noche con dos chicos que no se conocen de nada pero que, prácticamente con la misma edad, se han visto implicados en sendos sucesos para demostrar que el problema social que más nos afecta, empezando por la juventud, tiene que ver con la cobardía que acosa a determinados valientes.

La primera de ellas, de 24 años, ha sido la gimnasta olímpica Simone Biles. Su gesto de retirada no ha sido de cobardía, sino de una valentía inédita en los tiempos que corren, porque decir hasta aquí llegamos tiene más que ver con el compromiso con uno mismo que con seguir cumpliendo con lo que los demás esperan de ti. Su retirada a un tris de la gloria ha supuesto el acto más revolucionario que podía esperarse de alguien absolutamente comprometida no solo con el deporte, sino con la deportividad.

El segundo, con 23 años, ha sido el chico vasco al que han dado una salvaje paliza entre veinte energúmenos y cuyas imágenes han trascendido gracias a la valentía de otro cobarde más, el que lo grababa todo con la bilirrubina del morbo por las nubes.

Ya digo que ambos casos no tienen nada que ver, y sin embargo me han rondado el sueño de esta madrugada porque, en el fondo, retratan paralelamente el problema de fondo que afecta al mundo que les estamos dejando construir a quienes deberían recibir otras instrucciones si no estuvieran todo el día con el móvil.

Nuestra juventud está confundiendo peligrosamente los conceptos de cobardía y valentía, o ignorándolos de pura indiferencia, que es peor. Como el único ingrediente que conocen de la valentía tiene que ver con el éxito publicado y no con la íntima honestidad del monólogo interior, todo lo que no sea una imagen aplaudida por las masas se convierte automáticamente en fracaso. Alguien tendría que explicarles a nuestros jóvenes que el triunfo personal no tiene nada que ver con Instagram y que, para todas esas redes sociales, ellos mismos son el producto, baratísimo, por cierto, y que su salud mental nunca debería tener precio.

Por otro lado, esos mismos vídeos grabados con el móvil para quién sabe qué pérfidas pretensiones son el nexo común de esa violencia cobarde con que nos sorprende cada día el telediario: la discusión que inició la paliza al joven de Vizcaya tenía que ver con un móvil, igual que el móvil con el que grababa Samuel, o el móvil con el que alguien grabó la enésima manada que violó a una chica en cualquier parte. Móvil, violencia, manada y cobardía. Tirar las piedras y esconder las manos, en plural. No sé si me explico.

Quiero poner el dedo en la llaga sobre una realidad más triste aún de lo que señalamos en cada caso: esta cobardía juvenil que se ha puesto de moda ni siquiera tiene la maldad definida contra alguna legitimidad (ser homosexual, ser mujer, ser distinto), sino que basa la continua barbaridad de su praxis en la cobardía que entraña ocultarse en la masa, en el grupo, en la manada.

Lo hacemos entre todos y así la culpa no es de nadie. Damos palizas, violamos y nos reímos, pero escondidos en la jauría idiotizada de que todos somos uno más. Entre todos la matamos y ella sola se murió y ahora que busquen al culpable. Cualquiera de estas barbaridades lleva bien atado el vicio de una cruel infantilización general que no sé si estamos percibiendo: la falta de responsabilidad para dar la cara, la inercia de la chapuza en grupo, el cutrerío de no hacer nada en nombre propio por creer que, al fin y al cabo, todo viene en internet.

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