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Como si se tratara de un forense de guardia, el mismísimo Alejandro Rojas Marcos se encargaba en la mañana de ayer de certificar la muerte del Partido Andalucista, e incluso de practicar la autopsia al cadáver de cuarenta años de existencia, señalando a la falta de credibilidad de la sociedad andaluza en un proyecto político nacionalista como el verdadero motivo por el que hoy se vela a un difunto que en tiempos, como todos los difuntos, fue un zagal que correteaba por los pasillos de un futuro brillante.

Pero esa es solo una lectura de la crónica que hoy da cuenta de la muerte del PA (que no del andalucismo). Que uno de sus líderes históricos reclame para su figura un protagonismo que no adquirió hace unos días en el acto político en el que se tomaba la decisión de dejar la formación en un escuálido cuadro operativo supone una suerte de ansiada resurrección para su figura. Desde su estudiada puesta en escena de ayer, respondiendo a todas las preguntas que habían esbozado en sus libretas los periodistas, antes incluso de que pudieran formularlas, Rojas Marcos se ha convertido en la última voz acreditada de cuarenta años de historia de la formación de la que fue líder indiscutible. ¿Tal vez también la primera de su nueva era?

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