Antonio el Abogado, como es conocido en Los Palacios y Villafranca el marido de Ana Llera -a pesar de apellidarse Rodríguez Sánchez-, se metió bajo el paso de la Virgen de los Remedios sin que su padre lo supiera hace como medio siglo. Tenía 14 años y una devoción incontrolable que solo supo sujetarse siendo costalero. Y bajo aquellas trabajaderas continuó durante 36 años más, hasta el punto de ser uno de los vecinos del Furraque con sobrada solera como para recibir homenajes varios como el Varal de Plata. Ahora, los Reyes Magos le van a traer un regalo inolvidable, y no a través de la Estrella de Oriente, sino de quien ha sido la estrella de su vida: su esposa, Ana Llera, que no ha perdido la fe ni en la Virgen ni en su marido a pesar de haber perdido la vista dos veces, “con 24 años, cuando tuve la suerte de que me operaran en un avión venido de EEUU y la recuperé en parte, y ya después con 40”, como explica ella, afectada de retinopatía pero con una sensibilidad que la hace ver “con los ojos del corazón, que son los mejores y más fiables”, según ha declarado ante el cuadro que acaba de pintarle María Luisa Amuedo, una revelación del arte palaciego que lleva solo dos años dedicada a los pinceles.
La historia del cuadro de la Virgen de los Remedios que María Luisa acaba de pintarle a Ana por encargo expreso para regalárselo a su marido, “que ha sido mis ojos durante toda mi vida”, es una historia de fe encadenada: la fe que tuvo Ana en María Luisa para que esta le pintara una obra de arte con la cara de su Virgen; la fe que la pintora tuvo en sí misma para lograrlo después de un año de trabajo; la fe que su profesora de pintura de la Casa de la Cultura tuvo en que ella lo conseguiría; y la fe que Antonio va a acrecentar en una Virgen remediadora a la que ahora podrá rezarle en el salón de su casa.
“La podrán contemplar a diario Antonio y también Ana, porque el cuadro está lleno de texturas para que ella pueda verla también con las manos”, aclara María Luisa Amuedo, diplomada en Informática y “agobiada de trabajo hasta que lo dejé todo y me puse a pintar”. “Esto es para mí como una terapia”, insiste la pintora, conocida en el pueblo desde hace solo un par de años, cuando ganó por sorpresa el concurso del cartel anunciador de la feria palaciega. “Ha sido la primera vez que he pintado una Virgen, pero creo que me ha salido bien si le gusta a Ana”, confiesa ella humilde, y Ana, aunque apenas puede ver el cuadro, le confirma que “es un milagro”. Y el milagro se produce. Y el abrazo de ambas.
En rigor, Ana tiene un 2% de visión, de modo que con luces es capaz de apreciar los brillos y los contornos de la imagen. Además, puede palpar las texturas de pan de oro de la corona, las pupilas de los ojos de la Virgen, los hilos de su manto y hasta el rosario que le cuelga de las manos.