La cantaora palaciega Anabel Rodríguez Rosado, más conocida en el mundo artístico como Anabel de Vico, facilitó anoche el trabajo al jurado del Festival Internacional de Cante Flamenco de Lo Ferro (Torre Pacheco, Murcia), que tuvo clarísimo quién merecía el prestigioso Melón de Oro de esta XL edición. El absoluto dominio de todos los cantes y un repertorio que se antojaba infinito desde las semifinales jugaron a favor de esta cantaora de Los Palacios y Villafranca que empezó profesionalmente hace menos de una década y que sigue arrasando en cuantos concursos se presenta. Sus letras, muchas nuevas, y El carrito de los muertos de Bécquer hicieron llorar a un público que rompió, sin embargo, en aplausos. A la guitarra, la acompañaba su habitual escudero, el gran maestro de la sonanta palaciega José Manuel Ramírez Porfirio, El Niño del Fraile.
Después de competir con alrededor de 300 cantaores en los últimos meses, fueron cinco los artistas que lucharon por la gloria ferreña, pero solo uno pudo cumplir el sueño de llevarse el Melón de Oro, los 12.000 euros del premio, el trofeo de Maite Defruc y la placa conmemorativa Sebastián Escudero. Anabel de Vico no tenía manos suficientes, porque además salió al escenario con su pequeña Daniela, “que me ha bendecido desde que nació, como mi marido Vico”, declaró emocionada.
Anabel de Vico comenzó ese sueño particular en tierras murcianas -adonde quedó finalista en 2016 de la Lámpara Minera de La Unión- en 2017, con un primer premio, y ya el año pasado se hizo con el Molino de Lo Ferro. Este año tan especial del 40º aniversario del festival, ha sido la estrella indiscutible.
Ya en las previas sorprendió con soleares, cantiñas y granaínas, palos que domina a la perfección. En la semifinal, hizo seguiriyas -verdaderamente antológicas-, peteneras y mineras-cartageneras, unos estilos en los que la de Los Palacios se siente en su salsa. Anoche, en la final, después de hacer unos tientos-tangos, se despachó a gusto por tarantas, tarantos y una malagueña que remató por abandolaos. Para colmo, tuvo el acierto de mantener al público en pie con unos tanguillos de Cádiz al enterarse de que entre el respetable había un autobús llegado expresamente de La Tacita de Plata.