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Actualizado: 31 may 2020 / 08:40 h.
  • Pintar la vida aunque el Covid te encierre en una isla

Ella cuenta como una anécdota lo que fue un fogonazo de inspiración agarrado al ADN. Entró en una papelería para hacer unas copias y vio a una chica comprando acuarelas. Dicho así, y teniendo en cuenta que no había pintado en su vida más que esos trazos que el subconsciente nos dicta mientras hablamos por teléfono, parece un antojo. Pero Isabel García Coto, vecina de Los Palacios y Villafranca que reside en Mallorca por motivos laborales de su marido, es sobrina del famoso pintor de Las Cabezas de San Juan Paco Cotto y, después de dos meses confinada y pintando lo que le ha dictado “ese interior” con el que hacía tanto que no se conectaba, no solo tiene decenas de cuadros en su casa insular, sino que el diario La Vanguardia le hizo una entrevista hace unos días en una sección de mujeres creadoras y ya prepara una exposición de sus cuadros para el próximo otoño. “Algo sencillo y solo para recaudar fondos para alguna causa benéfica”, le quita hierro ella. Pero lo cierto es que en las últimas semanas ha recibido muchos encargos no solo de amigos, sino también de desconocidos que han visto sus acuarelas y lienzos por las redes sociales.

Pintar la vida aunque el Covid te encierre en una isla

Ella se lo toma con tanta humildad como filosofía. “Poquito a poco y con mucho respeto”, dice. “Seguramente no empecé antes por la admiración y respeto que sentí siempre por mi tío, que fue un genio”, añade. “Yo no soy una entendida en pintura, y trabajo por instinto”, advierte, pero tiene atisbos de encontrarse ya su propia poética.

Pintar la vida aunque el Covid te encierre en una isla

De momento, durante estos últimos meses en la isla -doblemente aislada, podría decirse, aunque inspirada por ese viejo Mediterráneo que ha visto tanta cultura al ritmo de su oleaje-, ha pintado sobre todo mujeres; “muchas mujeres con sus hijos, luchadoras, como nuestras madres”, dice ella, ahora que vive en Mallorca un renacer de su propia vida mientras su hijo reside en Suecia con una beca y su hija sigue en Sevilla estudiando en la Universidad. Mujeres raciales, étnicas, del fin del mundo y del mismo barrio, mujeres con las que jugar con la metáfora del eterno retorno, de la vida imparable, de la creación, la fertilidad y la dicha, siempre en consonancia con la naturaleza, tan madre también. Y todo con profusión de colores, entre el fovismo y el surrealismo.

Pintar la vida aunque el Covid te encierre en una isla

Su proceso creativo también parece bamboleante, como el oleaje. “Tengo una idea, hago un boceto, pero cuando termino el trabajo es totalmente distinto, porque conforme voy pintando me van surgiendo ideas, detalles y al final está igual la madre con el hijo pero salió un nexo de unión de los brazos, o a otra madre que estaba amamantando en la orilla del mar le salieron peces en los pies”, explica Isabel, que a sus 50 años asegura que su descubrimiento por una pasión tan callada surgió al “buscar nuevas armas para la supervivencia y no rayarme demasiado durante el confinamiento”. “La pintura es para mí la transmisión visual, gráfica de los sentimientos más profundos, de esos que nos cuesta expresar de otro modo, ni siquiera con palabras”, dice, mientras enseña una negra flamenca que pintó durante la pasada Feria de Abril, sin feria en ninguna parte, ni siquiera en el Real sevillano. La mujer lleva los tacones en la mano y la tituló “Quién dice que en el Congo no hay feria”.

La palaciega, que asegura que “cada día me levanto más temprano ideando qué voy a pintar”, está segura de que esta pasión recién descubierta pero que tenía tan al fondo de su propia consciencia no la abandonará ya más.