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Actualizado: 04 jun 2018 / 10:17 h.
  • El exalcalde de Espartinas Domingo Salado, en la plaza que se encuentra junto al Ayuntamiento / Fotos: Jesús Barrera
    El exalcalde de Espartinas Domingo Salado, en la plaza que se encuentra junto al Ayuntamiento / Fotos: Jesús Barrera

La política le vino de herencia, de su madre, María Regla Jiménez, que fue la alcaldesa, con mayúsculas, de aquella Espartinas que se expandía de forma exponencial a base de ladrillo y más ladrillo con el cambio de siglo. Murió hace casi 15 años y su hijo, Domingo Salado, tomó el relevo, blandiendo las siglas de un PP unido e imbatible hasta que en 2015 fue derrocado por la primera (y única) arremetida naranja en la provincia. Desde entonces, los populares digieren la caída del imperio a base de batallas internas –con hasta tres familias– e insultos en redes sociales entre los que antaño eran más que amiguísimos.

La designación en abril de María Elena Romero como la candidata del PP en Espartinas desató una tormenta política –por el fondo y las formas– que ha acabado con Salado dándose de baja del PP y presentándose como independiente a las elecciones de 2019. Un gesto, asegura, que habría dado su madre al ver un partido «irreconocible» que está «roto en la provincia por culpa de Virginia Pérez».

—¿Cuánto tiempo llevaba como afiliado en el PP?

—Desde el año 1987.

—¿Y por qué renunció así, de la noche a la mañana?

—Renuncié por el engaño. No anduvo clara la presidenta del PP, Virginia Pérez, que convocó una reunión del comité local para anunciar que la candidata era María Elena. Sin más. Según una encuesta interna, a mi me conocía casi todo el pueblo, pero la valoración era baja, mientras María Helena la conocían menos pero estaba mejor valorada. Fallaron las formas y de ahí mi enfado. Pensaba que era una reunión para iniciar el proceso para designar al cabeza de lista. Si llega a ganar legalmente, habría sido el primero en arrimar el hombro. Pero siempre a través de las urnas, no del dedazo.

—¿Cuántos fueron al comité?

—Nueve de 21 personas. Estaban todos los que defendían las tesis de la dirección provincial y ninguno de los míos, que no movilicé porque no creía que fuese una reunión de ese calado. Un comité ejecutivo amortizado no puede elegir al candidato. A Beltrán Pérez, por ejemplo, lo ha elegido el comité entrante, no el saliente. Por eso mi malestar. Pienso que no merece la pena seguir porque es tiempo perdido. Me doy de baja del PP, renuncio a la Portavocía y paso al grupo no adscrito. Seguidamente, anuncio una nueva etapa con gente muy preparada y con la única intención de sacar a Espartinas de la ruina.

—Era una crónica de una renuncia anunciada tras tres años en la oposición. ¿Cómo digiere la derrota un partido que siempre ha gobernado?

—Muy solo. Todos se fueron tras perder las elecciones. Se fue Javier Jiménez y Minerva Salas. A María Helena Romero le ofrecí la Portavocía y no quería. Entonces dije que tiraba para adelante.

—¿Llegaron a pensar, antes de las elecciones, que podían perder Espartinas?

—Lo estaba viendo venir porque eran 32 años de gobierno y la gente quería un cambio. Se veía en la calle y en los bares. No todo es oro lo que reluce y cometimos fallos. El último año se nos fue de las manos, porque tuvimos que subir el IBI y hacer un ERE. Costó mucho el pasar a la oposición, porque fue un desengaño. Se trabajó sin descanso. No cogía vacaciones ni en julio ni en agosto. Ciudadanos, que es un partido populista que nace de la nada, se presentó y la gente se inclinó por ellos. Pero se está viendo que Ciudadanos es un fracaso en Espartinas.

—¿Cómo ha pasado el PP local, de un plumazo, de la unidad a la ruptura total? Javier Jiménez y usted son ahora enemigos acérrimos.

—No se por qué Javier Jiménez me tiene tanto odio. De la noche a la mañana cambió su actitud. Me enteré por terceros de que había dimitido. A raíz de ahí, se forma una batalla en el que me pide que me vaya. Me quise ir el día en el que perdí las elecciones, pero me dijeron que tenía que afrontar las circunstancias y tener valor para continuar la legislatura.

—Llegó a presentar la carta de dimisión.

—No, lo dije en la noche electoral. Cuando Javier Jiménez se fue también tenía un disgusto con Juan Bueno porque estaba de vicepresidente de Aljarafesa y fue destituido por Lola Rodríguez de Palomares. A partir de su dimisión, me pide que me vaya. Pues no y he continuado estos tres años para dar la cara por todo el grupo municipal. El mayor enemigo que he tenido ha sido el PP, mi grupo, a través de Twitter y Facebook, con insultos y ataques.

—¿No podían haberse contenido públicamente?

—Nunca insulté a nadie. Sin embargo, a mi sí. Javier Jiménez me llegó a definir como un tonto listo. ¿Por qué? ¿Por dar la cara? Nunca me escondí. Siempre fui de frente. Puedo afirmar que ha habido corrupción cero en mi gobierno en Espartinas. Ciudadanos ha tenido tres años para buscar trapos sucios y no encontró nada. Hemos sido un equipo compacto y sin fisuras. Si hay alguna razón para que Jiménez me odie es que acepté la Alcaldía cuando falleció mi madre. Iba el cuarto en la lista y él era el quinto y vio que le cerraba la puerta. Yo no pensaba decir que sí, pero mi madre siempre me dijo que de ningún cobarde se ha escrito nada.

—¿Usted se veía en ese momento como alcalde?

—No. Al tomar posesión, les dije que era yo el que tenía que aprender de mis compañeros porque no sabía nada de política. Llevaba tres meses en el cargo. Pero, de verdad, nunca me imaginé que Javier Jiménez me guardara ese odio hasta el final.

—¿La dirección provincial del PP llegó a mediar en este conflicto entre ambos?

—No. Si lo hubiera hecho se habría arreglado sin problemas. Tenía hasta la solución, que era presentarme en 2019 y el número 2 me remplazaría a los dos años para encarar la renovación. Le recuerdo que la candidata elegida lleva mucho más tiempo que yo en el Ayuntamiento. No es renovación ni nada.

Virginia Pérez tendría que haber cogido el toro por los cuernos y habernos sentado. Pero no ha sido capaz porque ha entrado en el PP provincial con soberbia y prepotencia. Muchos compañeros se están pensando seguir mis pasos y marcharse. El PP está roto en la provincia y es, en buena parte, por ella. Está acabando con todo lo que representaba a Juan Bueno en la provincia, cuando ella no ha ganado nunca nada: ni en La Rinconada ni en Gines.

Me molesta porque fui de frente. Le dije que voté a Juan Bueno, pero ahora ella era la presidenta del PP y nos debíamos a ella. Quiero lo mejor para este partido, pero al final me he tenido que dar de baja, muy a mi pesar.

—Le noto muy resentido, ¿qué le diría a Virginia Pérez si la tuviera ahora delante?

—Le diría que dimitiera y convocara un congreso provincial por la unidad del PP, con las personas que están, las que se han ido y las que piensan seriamente en irse.

—¿Hay tantos de los últimos?

—Solo hay que ver los grupos de Whatsapp de los antiguos compañeros del PP [muestra el móvil, de lejos] para ver cómo está destrozado el partido. Pero tienen miedo de que les muevan del sillón.

—Al final no solo se va, sino que será rival en las urnas.

—Me duele mucho no ir con el PP, por una cuestión histórica y, sobre todo, por mi madre [María Regla Jiménez]. Pero si mi madre hubiese vivido hoy, hubiese hecho lo mismo. (Silencio) También se habría marchado. Aunque me haya ido, me siguen doliendo las siglas.

—Pero, ¿se ve con posibilidades reales? La última vez se dejó muchísimos votos.

—Tengo ganas de presentarme y el pueblo me lo pide. En el camino del Rocío me paró mucha gente que me decía que, ahora que no me identifico con siglas, me darán su apoyo. Saben que soy una persona que he trabajado hasta la saciedad en el Consistorio al igual que lo hice en mi casa para que nunca faltara de nada.

—Si tiene la vida resuelta, ¿por qué meterse en este lío?

—Me duele mucho mi pueblo y su abandono general. Los edificios municipales están abandonados; los vecinos están desatendidos; la basura, las cucarachas y las ratas nos están comiendo. Espartinas está dejada de la mano de Dios. Y todo por un equipo de gobierno inexistente. Según una encuesta, la actual alcaldesa, Olga Hervás, no la conoce nadie. Cero.

—¿Y al primero? Ya sabe que han pasado ya tres alcaldes.

—Al primero [José María Fernández] lo conocen algo, pero tampoco se crea. Los de Cs están revueltos y no tienen claro a quién van a presentar.

—Habla mucho de que no hacen nada, pero parece que van a lograr el enlace directo con la A-49 que tanto demandó usted en el pasado.

—Ahora están en una expropiación de una moción mía. Mienten mucho. Todo lo que se ha hecho hasta ahora es obra del PP. Para el acceso a la SE-40 se hizo un tramo y solo queda otro tramito que no llega a 200 metros, que negocié con los propietarios del suelo. También pactamos la salida por la plaza de toros, con un plan firmado con la Junta y Bollullos de la Mitación. Cs está alejado de la realidad. Hace meses, dijeron en un pleno que le habían avisado de Fomento de la colocación de quitamiedos en la SE-40, cuando eso se sabía hacía meses. Esto no funciona con llamadas a Madrid, sino yendo. Yo en su día estuve allí con el secretario de Estado de Infraestructura o el director de Ferrocarriles.

—Fíjese, también llegaron a querer retomar el Cercanías.

—¡Si el Cercanías es inviable! La vía era para un ferrocarril del siglo XIX y el trazado era inviable porque no cabía una estación más entre Olivares y Salteras. Han tirado a la basura 8.000 euros en un proyecto de carretera entre Espartinas y Salteras que iría por una vía pecuaria en términos que no son de Espartinas. Una misión imposible.

—Su rival histórico ha sido el PSOE, ¿cómo lo ve ahora?

—El PSOE también está destrozado. Un concejal que ha pasado a no adscrito y de los cuatro que quedan hay discrepancias con Cristina Los Arcos, que es la que parece que va a liderar el partido.

—¿No teme que, con tanta fractura y partidos, Espartinas sea ingobernable?

—Me presento porque confío en ganar, pero no se qué pasará. El panorama político es incierto. Mi aspiración es sacar una gran mayoría y eso pretendo hacer con mi nuevo proyecto, que es el Grupo Independiente Espartinas (GIE), que está lleno de vecinos preparados y que vienen a servir en vez de a servirse.