Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado
Actualizado: 31 dic 2020 / 10:28 h.
  • Manuel Antonio Fernández, en la sede de su centro médico, en el sevillano barrio de Los Remedios. / El Correo
    Manuel Antonio Fernández, en la sede de su centro médico, en el sevillano barrio de Los Remedios. / El Correo

Concluye el año 2020 con jornadas en las que, de siete citas atendidas directamente por él, cinco han sido a distancia vía online y dos en su centro médico radicado en el sevillano barrio de Los Remedios. “He tenido a un paciente adulto desde Madrid, a una familia española desde Reino Unido, a otra de Cádiz,... Ya tenemos algunas consultas para pacientes españoles o hispanohablantes desde algunos países europeos o americanos. Está cambiando la mentalidad de muchas familias. Si buscan quien les haga una evaluación y quien les resuelva un problema, qué más da que esté o no en su ciudad. Ya puestos a buscar, seleccionan a quien consideran que les ofrece más seguridad y garantías”. Manuel Antonio Fernández, a sus 40 años, no solo destaca en su especialidad de neuropediatría, además es un adalid de la transformación digital de los servicios sanitarios desde los pequeños centros médicos privados. Hasta el punto de organizar el congreso online 'Transforma tu consulta' y ofrecerse a otros colegas para ayudarles a ser rentables, desmarcándose de las compañías aseguradoras y captando directamente pacientes de cualquier lugar a la vez que recuperan el espíritu de dedicar mucho tiempo en la atención a cada persona, como era costumbre en la tradición del ejercicio de la medicina como una profesión liberal e independiente.

¿Cuáles son sus raíces?

Nací en 1980 en San Fernando (Cádiz). Mi padre empezó trabajando como marino mercante y después optó por otras profesiones en tierra, hasta que sacó las oposiciones de Correos y trabajó en Caja Postal. Mi madre era peluquera. Tengo una hermana seis años mayor que yo. Estudié en San Fernando en el Colegio La Salle, después en el IES Isla de León. Medicina la hice en la Universidad de Cádiz, en la carrera conocí a quien es mi esposa. Y la etapa de médico interino residente (MIR) fue en Sevilla.

¿Dónde empezó a desarrollarse en su especialidad?

En el Hospital Virgen del Rocío, en Sevilla. Conseguí una beca de la Sociedad Española de Neurología Pediátrica para hacer un año más de formación específica en neurología infantil. Con una compañera hice un proyecto de investigación sobre terapias para niños hiperactivos. Y a la vez que me abría camino laboralmente en la medicina, trabajando en el Hospital de Valme y en el Hospital Nisa (ahora Vithas) de Castilleja de la Cuesta. Había meses de 400 horas de jornada laboral. Había semanas en las que, alternando guardias de uno y otro hospital, salía de mi casa un lunes y volvía un jueves. Y veía en la profesión médica tanta inestabilidad laboral y tanta precariedad, con contratos de tres meses, o contratos mercantiles como autónomo que en realidad son de falso autónomo, como he vivido años después trabajando para otros hospitales y aseguradoras, que eso acentuaba mi interés por formarme para tener mi propio proyecto.

¿Cómo decidió emanciparse?.

Cuando el Hospital Virgen del Rocío decidió no renovar esa beca, que estaba financiada por la industria farmacéutica, el hospital lo único que hacía era poner el espacio físico y la gestión administrativa del contacto con los pacientes, teníamos citas dos o tres días a la semana. Me dijeron que se estaba creando una bolsa grande de pacientes que después no iban a poder atender porque no había personal ni recursos para hacerlo. Me pareció absurdo. Si se veía un crecimiento de la demanda, y la buena evolución con el tratamiento, de repente los pacientes se iban a encontrar con que no había manera de atenderles.

¿Qué innovación aplicaba a los tratamientos?

Siempre me ha llamado mucho la atención todo lo relacionado con la tecnología. Y como la mayoría eran pacientes con problemas de aprendizaje, déficit de atención, hiperactividad, etc., coincidió que aparecieron pruebas y diagnósticos de evaluación basadas en realidad virtual en 3D para ese tipo de pacientes. Fue una de las novedades que incorporé a mi actividad. La gente pasó de tener diagnósticos basados en preguntas y cuestionarios subjetivos, a tener diagnósticos basados en datos y resultados objetivos. Y una vez puesto el tratamiento podías ver si su efecto estaba siendo o no adecuado. No por opiniones, sino por resultados de pruebas.

¿En quién se inspiró para avanzar en la atención médica a través de internet?

Para mantener pacientes, y para buscar más, mejorando la calidad del servicio, me sirvió descubrir a Jesús Garrido, de Granada, en su web mipediatraonline.com , y había escrito un libro donde contaba su experiencia laboral, también sufriendo mucha precariedad, y cómo dejó su plaza de pediatra en un centro de salud para crear su propia consulta. Me apunté a su curso de marketing digital y empecé a aprender sobre digitalización de la atención sanitaria.

¿Qué aporta la interacción digital médico-paciente en comparación con la presencial?

Las dos son válidas, y con nuestro sistema de evaluación los pacientes sienten que los resultados son equiparables. La gran ventaja que aporta internet es que evita intermediarios y aporta facilidad de acceso. Aunque las grandes compañías aseguradoras y las grandes cadenas de hospitales tienen más recursos, internet democratiza el acceso a los pacientes por parte de un centro médico pequeño. Porque los recursos que necesitas para poner en marcha la captación de pacientes son infinitamente más sencillos que si solo puedes competir con una gran clínica por la vía tradicional.

¿Qué valoran más sus pacientes?

Que se les atiende mucho mejor que donde a los médicos se les paga a 10 euros por consulta. Y que el sistema de comunicación con la familia a través de mensajería es algo estructural en la atención, no una cosa extra o coyuntural. El paciente nota que en la relación directa, presencial u online, le sabes resolver el problema y, de forma razonada y bien informada, está dispuesto a pagar un precio justo porque tú se lo resuelvas.

De nuevo alude a la precariedad laboral en la sanidad española.

En España las profesiones sanitarias son las únicas donde no funciona la relación oferta-demanda. Es evidente que faltan médicos y enfermeros, pero no mejoran las condiciones laborales y salariales de los pocos que hay. Un detalle: el precio al que se paga la hora de guardia es ínfimo, de los menores de Europa. Muchas personas que pagan 15 euros al mes por un seguro médico y les ofrecen derecho a casi todo, deben preguntarse cuánto cobra el médico que les atiende.

¿Cuántas personas trabajan en el Instituto Andaluz de Neurología Pediátrica?

Somos once. Una logopeda, una maestra de educación especial, dos neuropsicólogas, más una psicóloga y una psicopedagoga que hacen actividad de formación en la academia online que tenemos. Y otras cuatro profesionales se dedican al área de administración, recepción y comunicación.

¿Cómo evita incurrir en aplicar condiciones precarias a su equipo de profesionales? Lo primero, seleccionando personas con el objetivo de que trabajen a largo plazo conmigo. Y además invierto en su formación, y facilito la conciliación y el teletrabajo. Y en algunos puestos tienen un porcentaje de ingresos extra por alcanzar objetivos en el incremento del número de pacientes. He visto en mi trayectoria médica tantas situaciones de trato malo a los profesionales de la salud, que quiero tener contento a todo mi equipo y tener la conciencia tranquila.

¿A cuántas personas han atendido a lo largo del año 2020?

En total hemos atendido 3.063 consultas. Durante los meses de confinamiento también mantuvimos abierta nuestra sede presencial.

¿Qué peticiones proliferan?

Problemas de aprendizaje y de conducta, y también déficit de atención, hiperactividad, retraso a la hora de madurar, y también ayudamos a niños autistas.

¿El confinamiento y las restricciones a la movilidad han agudizado sus dificultades?

Dificulta su evolución. No aparecen problemas nuevos, sino que un cambio brusco por estar mucho tiempo sin salir de casa impide que reciban las terapias y los estímulos que necesitan, y sufren más inestabilidad al adaptarse a una situación que les afecta.

¿Qué alternativas aportan a quienes pueden hacer pocas actividades fuera de su domicilio?

Las familias están muy contentas por el apoyo permanente que les damos a ellas. Porque, por ejemplo, a un niño autista no le puedes hacer terapia vía online. Pero sí reforzar la atención a las familias. Tienen contacto directo con nosotros a través de un sistema de mensajería, y les dedicamos sesiones semanales de apoyo para organizarles el calendario diario de actividades que tienen que hacer, y darles respaldo emocional. Somos el soporte externo para que el cambio de hábitos y de rutina no les suponga una sobrecarga. Sobre todo, en situaciones de confinamiento, porque es muy complejo tener tres meses a un niño autista sin salir de casa.

¿Qué pueden resolver con mayor inmediatez en la comunicación?

Al aportar más seguridad a las familias también repercute en mejorar la calidad de vida de los pacientes. En este periodo del covid cada vez hay más familias que necesitan verbalizar la situación de sus hijos y su relación con ellos. Y la atención a través de videollamadas, de llamadas de voz, de mensajería, con la garantía de saber que como mucho en 24 horas van a tener una respuesta, una solución, o un cambio de tratamiento, les permite gestionar las situaciones con más certidumbre. Y a nosotros nos facilita que podamos detectar antes cualquier desajuste y tenerlo en cuenta para las terapias.

¿Cuáles son las tendencias en el actual modelo de sociedad y consumo que causan a los niños y niñas más problemas de atención y conducta?

Los dos principales son el excesivo uso de dispositivos electrónicos por parte de los padres y de los propios niños, y la falta de comunicación de los padres a los niños. Le pongo un ejemplo. La semana pasada hice un análisis de los teléfonos móviles de los adolescentes de 14 a 18 años que atendemos en nuestra consulta. Y el promedio diario de horas de consumo de móvil es entre seis a ocho horas. Si duermen ocho horas y están seis o siete horas en el instituto, casi todo el tiempo restante están manejando el móvil. ¿Cuándo estudian? ¿Cuándo se comunican con su familia? Y si le añadimos el tiempo que usan la 'tablet', o la videoconsola, o el ordenador de mesa, entiendes cómo hay niños que un día tras otro no se comunican con personas de su familia.

¿A los padres les sucede lo mismo a la inversa?

Atiendo a familias que dicen que no saben si sus hijos hacen las tareas porque no saben dónde tienen que verlo, al estar digitalizadas. Se quejan de que sus hijos no les hablan, no les cuentan... En las consultas hablo con los hijos, y me las cuentan. Y cuando después me reúno con el padre o la madre y se lo explico, les digo: “¿Se lo has preguntado?”. Y me responden: “No, la verdad es que no”.

En ese caso, ¿qué les aconseja?

Que no les pregunten con automatismos de cortesía. Si le preguntan a sus hijos cuando llegan del colegio: “¿Qué tal el día?”, ellos responden de modo automático: “Bien”. Si de verdad quieres saber cómo les ha ido, hay que manejar preguntas como “¿Estás contento con los profesores?” “¿Has tenido algún problema con los compañeros?” “¿Qué asignaturas has tenido hoy?”, etc. Por eso las estadísticas indican que cuando un niño tiene problemas de acoso los últimos que se enteran son los padres.

¿Es usual que los adolescentes no se hagan responsables de sus actos?

En eso también incide la dinámica social que se ha generado. Niños a los que no se les hace entender ni dentro ni fuera de la familia que a cada edad tienen un determinado nivel de responsabilidades. Sienten que, de entrada, el mundo les exige mucho, pero que después no se les hace responsables de las exigencias no cumplidas. Eso hace que oculten información para evitar las consecuencias de lo que no han realizado. Esa situación ocurre con más intensidad en este periodo en el que no van a clase todos los días o todas las horas lectivas, en hogares donde los padres están muchas horas fuera. Hay niños de 10, 11 o 12 años que están buena parte del tiempo en casa sin que nadie les supervise, y los padres no tienen la formación en competencias digitales para monitorizar el uso de su teléfono móvil o sus búsquedas en internet a través de Google.

¿Qué suele suceder cuando los atiende?

Les pido el teléfono, me lo desbloquean, y analizo qué hacen en WhatsApp, qué tiempo están en internet, qué miran. Y aparecen, por ejemplo, las páginas web de pornografía que ven, de las que sus padres y madres no tenían ni idea. Cuando hablo con la familia y les explico cómo pueden hacer esa labor de saber qué hacen sus hijos, que además les compete, la mayoría dice que lo va a hacer, y que si hace falta le quitan el móvil, pero a los tres días están igual que antes. Hay un grave problema en la falta de medidas de control y en la falta de persistencia. Hoy en día, a los padres se les ha transmitido la sensación de que el niño tiene autoridad.

Ponga un ejemplo.

Tengo mucha confianza con mis pacientes y les comento: “Le voy a decir a tus padres que te quiten el móvil”. Y dicen: “No, el móvil es mío”. Les respondo: “Chaval, no te equivoques. El móvil no es tuyo. A ti te lo dejan. Y si cumples las obligaciones que te ponen, pues lo tienes. Y si no, no”. Pero muchos acaban creyéndose que el móvil es de los niños. Una situación que se repite constantemente en las consultas: “El niño me monta un pollo cada vez que le tengo que obligar a que suelte la Play. Y si la guardo, me la encuentra”. Y les hago ver: “¿De verdad no eres capaz de poner la Play en un sitio en el que un niño de 12, 13 o 14 años no sea capaz de sacarla de un armario?. Como si la tienes que llevar a casa de tu madre. ¿De verdad no eres capaz de limitar eso? O todo esto que me estás diciendo es porque no estás dispuesto al quebradero de cabeza que te va a dar ese cambio de actitud?”. Si como padre o madre tienes realmente el objetivo de que tu hijo no padezca una serie de problemas, tendrás que hacer lo necesario para evitarlos. Importante: aprender a utilizar las herramientas para monitorizar el uso de los móviles y de los ordenadores.

¿Los hay que lo consiguen?

Sí. Hay padres y madres absolutamente responsables y conscientes. Que lo dicen y lo hacen: “El niño (o la niña) tiene 12 años. Quiere un móvil. Todos los de su edad en su entorno tienen móvil. Pero no lo va a tener aún a esa edad porque entonces sufriremos en casa las consecuencias”.

Sintetice casos de adicción a los dispositivos electrónicos.

Tanto en niños con problemas de atención o hiperactividad como en otros que no lo son, hay actitudes de dependencia. Hay padres que acuden pidiendo ayuda porque no pueden resolverlo por su cuenta. Y aún más se convencen cuando les aporto datos: “En la última semana, ha estado siete horas con el Tik Tok, siete con el Instagram, siete con Roblox,...”. O cuando les demuestro que no han estado muchas horas en internet porque tienen clases online. Por ejemplo, en una jornada lectiva de seis horas, en realidad han estado solo 18 minutos en Moodle y 29 en Classroom. Eso no suma ni una hora de clase. ¿Qué ha hecho el resto del tiempo? Se analiza y salen tiempos en Instagram, Tik Tok, Snapchat, Youtube, etc. Y le digo: “Chaval, tienes 17 años, y te has pasado la mañana jugando”. Pone cara de poker porque le han pillado con el carrito del helado.

¿Qué consecuencias están teniendo o van a tener en los comportamientos y en las capacidades de estos futuros adultos?

Me temo que no van a ser buenas. En muchos casos, la formación mixta entre clases presenciales y clases online, causada por la pandemia, carece de estrategia y recursos para hacer un seguimiento adecuado a todos los escolares en lo que hacen o no hacen durante el horario online, teniendo un manejo indiscriminado de los dispositivos electrónicos. Si antes del coronavirus ya era complicado para muchos alcanzar los objetivos académicos de curso, con siete horas de clase presencial y con todo el sistema estandarizado, garantizo que ahora va a ser mucho más complicado. Estamos encontrando a niños que en este primer trimestre del curso 2020-21 siguen sin cambiar el chip respecto al último trimestre del curso pasado, que no fue baremable. Siguen creyendo que no pasa nada en este curso hagan lo que hagan. “Como es online...”. Hay chicos y chicas que están acusando la banalización de la formación y el aprendizaje desde hace ocho meses. Y quieren creer que no hay que estudiar.

¿Y qué consecuencias en la afectividad, en la socialización?

Es absorbente el nivel tan elevado de focalización en los dispositivos electrónicos. Les limita la percepción del entorno y de la vida real que hay a su alrededor. Les hace ser consumidores compulsivos de información que ni es real ni está contrastada, y les está aislando como parte de la sociedad. Les está llevando a ser individuos independientes pero desde el punto negativo. No se comunican con la familia, viven en un mundo irreal, de juegos, de robots, de 'minecraft' y de 'amigos virtuales'. Están conectados siempre con otro entorno y pierden los puntos de referencia temporal, espacial y social. Por las redes sociales se puede trasladar una apariencia de empatía emocional, pero en realidad se genera mucha más tendencia a las conductas impulsivas, a la frustración cuando no se consiguen las cosas de forma rápida e inmediata. Puede parecer exagerado, pero nos estamos sociopatizando. Se está perdiendo la capacidad de pensamiento crítico, de empatía, de respuesta emocional y de socialización. Vamos a ser individuos conectados a un ordenador, y podemos llegar a tener la misma sensación sobre lo que significa que alguien se muera o sobre si se muere el personaje de un juego.

¿Cómo se aplica a sí mismo sus criterios como neuropediatra en su vida familiar?

Desde que mi mujer, oftalmóloga, se quedó embarazada, vía fecundación 'in vitro', tras varios intentos, tuve claro que tenía que reorganizar mi vida y mi actividad laboral para dedicarle tiempo, y calidad de tiempo, a la crianza y educación de nuestro hijo Mateo. Para que no suceda lo que he comentado. Por eso estoy más horas en mi hogar, residimos en el Aljarafe. Porque en el contacto físico directo se transmiten y se aprenden cosas que no son solo conocimientos. Son hábitos, son emociones, son ejemplos, y no hay otra forma mejor de transmitirlos que con la conducta personal. Si los padres quieren que sus hijos aprendan de ellos, necesitan estar más tiempo con ellos. Es nuestra responsabilidad.